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Bernat Jofre

González y Aznar, una credibilidad a sueldo

Salir de viaje por Europa tiene sus ventajas. Se toma una necesaria distancia para con la actualidad española. Se agradece contrastar otras formas de hacer política con la nuestra. U observar medios de comunicación sin "leyes mordaza". La cual cosa lleva a una sociedad más objetiva: una ciudadanía no adoctrinada tiene una mayor capacidad de evolución -por tanto de mejora- que una dirigida.

Por ello el estar en un hotel zapeando y encontrarse a Felipe González Márquez y a José María Aznar López recitar su solución para un "gobierno creíble para la nación" fue un crudo regreso a la realidad española. El primero, acercándose a los ochenta años de vida. El segundo, a la setentena. En su día, acérrimos enemigos. Tanto en el terreno político como en el personal. Hoy en aparente sintonía, por lo que se puede deducir de sus declaraciones.

Entrambos se saben importantes para una gran cantidad de personas. Aquellos que los identifican con el triunfo y los días de gloria de sus correspondientes partidos políticos. Al meridional, con el "cambio", los "800.000 puestos de trabajo" y una campaña electoral a ritmo de Rock&Ríos. Amén de unos tejanos de marca y una cazadora de cuero. Al segundo, con la recuperación conservadora del poder ejecutivo después de 14 años apartado de él. Asimismo, el descendiente de ilustres nacionalistas vasconavarros representa para una gran parte de la ciudadanía la unidad de las tres derechas (tradicionalista, cristianodemócrata y liberal), tan necesaria para reeditar la anhelada mayoría conservadora.

Los dos son lo que los anglosajones llaman un "has been": políticos de alto nivel, con perfiles muy discretos después de haber ejercido el poder. Con un nexo común en casi todos ellos: siendo conscientes de que sus tiempos de gloria pasaron, no es extraño verlos a disposición de su estado independientemente del color gubernamental del momento. Obviamente, huyen de las polémicas partidistas. Sin traspasar nuestras fronteras, Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo, Landelino Lavilla i Alsina, Gregorio Peces-Barba Martínez o José Luis Rodríguez Zapatero serían buenos exponentes de las virtudes que a un exmandatario nacional se le debería exigir. Con tendencia a la ecuanimidad, ponderación y poco ánimo de protagonismo.

Como se ha podido comprobar en los últimos meses, no es el caso de González o Aznar. En demasiadas ocasiones, rayando la deslealtad partidista el primero en sus pronunciamientos. El segundo, en la institucional: que un expresidente desee la muerte política de quien ha sido el ganador de las últimas elecciones legislativas dice mucho de su calidad democrática. Olvidando a la par su actitud personal ante una disidencia, por leve que fuese, siendo ellos Secretarios Generales o Presidentes de sus respectivas formaciones: quien las expresaba veía peligrar su futuro de manera casi automática. Ya lo dijo en su día Alfonso Guerra González, el efectivo vicesecretario general del PSOE hasta 1991: "Quien se mueva, no sale en la foto". Los versos libres, en España, nunca han tenido futuro.

Desde Estocolmo producía escalofríos el comprobar que la piedra filosofal encontrada por ambos era pareja. Sospechosamente similar. También que en ninguno de los dos aludidos había sentimiento de autocrítica alguno. En honor del sevillano, la soberbia y rencor son más evidentes en el castellano.

No obstante, no debería sorprender. Es público y sabido (la Comisión Nacional para el Mercado de Valores así lo confirma) que nos encontramos ante dos empleados por empresas cotizadas en el selectivo IBEX-35. Por tanto, sus declaraciones sobre la conveniencia o no de una posible entrada de Unidas Podemos en el gobierno del Reino de España las han ejercido más como ejecutivos que como políticos. Directivos muy bien remunerados, por cierto: influir en la sociedad mediante oportunos mensajes debe tener un precio. Se constata pues que tanto González como Aznar se juegan su credibilidad para defender unos intereses muy determinados. Que muy alejados se encuentran ya de la casuística del bien común. Presuntamente, claro.

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