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Una herencia para todos

No he leído los libros del economista Thomas Piketty -ha vendido más de dos millones de ejemplares de El capital en el siglo XXI-, pero me interesa lo que dice, o más bien me produce curiosidad. Piketty ha asesorado al Partido Laborista británico de Corbyn y también a los dos últimos candidatos socialistas franceses, Hollande y Hamon (éste último, no lo olvidemos, obtuvo unos resultados desastrosos que no llegaron al 7% de los votos). Pero aun así, Piketty es uno de los economistas más admirados y respetados en todo el mundo. Su obsesión por combatir la desigualdad y por frenar la acumulación de capital de los muy ricos me parece trascendental en un momento como éste de descontento y de incertidumbre social (basta ver lo que está pasando en Chile y lo que ha pasado con los "chalecos amarillos" en Francia). Y su interés por desarrollar una economía que permita la redistribución de la riqueza resulta, en principio, interesante. Así que he leído entrevistas y he reflexionado sobre sus propuestas. Y el resultado es que no he entendido cómo pretende Piketty hacer reales sus iniciativas, que suenan muy bien y parecen maravillosas, pero que no resisten -me temo- una mínima comprobación empírica (en mi caso, con una calculadora y con la boina de Josep Pla y su famosa pregunta al ver la iluminación nocturna de Nueva York: "I tot això, ¿qui ho paga?").

Veamos. Piketty está convencido de que se debe imponer un impuesto muy elevado -de un 90%- al patrimonio de las grandes fortunas. Y con los beneficios de este impuesto, Piketty propone entregar una herencia de 120.000 euros a todos los ciudadanos en el momento de cumplir 25 años. La propuesta, por supuesto, suena muy bien. ¿Quién no querría recibir 120.000 euros, justo cuando se está en la flor de la vida -como dirían los poetas románticos- y cuando se pueden realizar todos los sueños? Pero ahí es donde la fría álgebra moral de Thomas Piketty se hace añicos porque choca con las verdades elementales de la naturaleza humana. Piketty supone que el ciudadano que reciba esos 120.000 euros los invertirá juiciosamente en comprar una casa o en ahorros bancarios o en financiar alguna clase de actividad productiva (una empresa, un negocio, una tienda, una start-up, cosas así). Es decir, que el afortunado poseedor de esos 120.000 euros seguirá levantándose a las 7 de la mañana para irse a trabajar en cualquiera de los muchos y bien remunerados trabajos que le ofrece la sociedad actual. Con esos 120.000 euros juiciosamente invertidos en ahorros o en hipotecas, nuestro buen ciudadano se irá a trabajar a un supermercado a cambio de 900 euros al mes, o aceptará gustoso un puesto de becario que quizá le permita cobrar -con mucha suerte- unos 500 euros mensuales. Y ese joven -o esa joven- saldrá feliz de su trabajo, diez o doce horas más tarde, porque tendrá 120.000 euros en el banco y ya podrá considerarse un feliz propietario que ha recibido del Estado el mínimo vital a que tenía derecho. Y por supuesto, Piketty no imagina los diabólicas tentaciones que sentirían muchos de los poseedores de los 120.000 euros: coches de lujo, boutiques de Vuitton, hoteles de cinco estrellas, fiestas interminables en Ibiza, parrandas gargantuescas, noches y más noches en los casinos, etc, etc. No, Piketty imagina que todo el mundo, a los 25 años, era igual que él: un chico aplicado, estudioso, ordenado y responsable.

Y ahora pasemos a las cifras. En España hay 717.000 personas que tienen 25 años. Suponiendo que les correspondan esos 120.000 confiscados a las grandes fortunas, la cantidad a repartir -si la calculadora no me falla- es de 86.040 millones de euros. Y ojo, porque al año siguiente, cuando la nueva generación cumpla 25 años, esos 86.040 millones tendrán que ser abonados de nuevo, de modo que la cifra a distribuir habrá alcanzado los 172.080 millones de euros. Sigamos con los cálculos. ¿Cuántos millonarios pueden financiar con el 90% de su patrimonio estas cantidades? ¿Mil millonarios? ¿Diez mil? ¿Cincuenta mil? ¿Y qué patrimonio deben tener esos millonarios para poder financiar estas ayudas? Porque se supone que el patrimonio de los millonarios irá disminuyendo a medida que se les vaya aplicando el impuesto, de modo que los ingresos estatales se reducirán cada año mientras que los gastos permanecerán inalterables. Amancio Ortega tiene un patrimonio de 68 mil millones de euros. Perfecto. El primer año de la distribución de la herencia Piketty, el impuesto del 90% permitiría obtener 60.000 millones de euros, con los que se podría pagar un 80% del total de la asignación (espero no marear a nadie con tantas cifras). Pero al año siguiente, el patrimonio de Amancio Ortega habría quedado reducido a un 10%, de modo que lo que se podría obtener con el impuesto sería una décima parte del total. Y así sucesivamente. Y ahora, ¿cuántos millonarios como Amancio Ortega hay en España? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil? ¿Diez mil? Lo siento, pero a mí no me salen las cuentas. Es decir, que la solución del brillante y admirado Piketty -por bonita y halagüeña que sea- parece más bien un absoluto disparate.

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