Los políticos se han ausentado esta semana de todas las instituciones mallorquinas. Mayoritariamente en contra de Vox, pero también la ultraderecha moderada abandonó ayer Cort tras recibir la denominación impropia de "fascista". Es fácil alcanzar el consenso de que Mallorca funcionaría mejor si sus gobernantes se quedaran en casa. Ahí radica el primer problema de las corrientes migratorias, en que el rebaño regresa al salón de plenos para seguir mortificando a la ciudadanía, con lo cual su gesto vacuo no nos reporta beneficio alguno.
El flujo ininterrumpido de políticos agraviados puede contribuir a la atmósfera festiva inseparable de los prolegómenos navideños, además de constatar la hipersensinbilidad de los representantes públicos. Sin embargo, también supone un caso de absentismo laboral que las tropas de Negueruela deberían perseguir. Sin ánimos de ponerme pomposo, en cada entrevista a un político he sentido la urgencia inaplazable de abandonar la sala y no regresar jamás a Mallorca, pero la necesidad de un sueldo es la primera fuente de la civilización. Sin embargo, no consta que ni uno solo de los consellers, diputados o concejales agraviados haya renunciado a las percepciones correspondientes al día en que abandonó el pleno, una frivolidad equivalente a desamparar a sus representados.
Vox ha entrado en las instituciones para pisotearlas, gracias precisamente a los errores mayúsculos de los partidos que ahora se ponen estupendos y abandonan enfurruñados la cámara cada vez que sus colegas entonan el Cara al solAñoramos los tiempos en que los políticos agraviados se retaban a duelo, un método de controlar la población de cargos electos más efectivo que pegarles la proverbial patada cada cuatro años. Hasta que llegue esa fecha, lo mínimo que cabe exigirles es que soporten a quienes han llegado hasta allí con el mismo procedimiento y méritos que ellos.
