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Antonio Papell

El último tren de ERC

Hoy, jueves, comienzan formalmente las conversaciones entre el PSOE y ERC tendentes a conseguir la abstención de los republicanos a la investidura de Sánchez, después del acuerdo ya suscrito ente PSOE y Unidas Podemos. Como es bien conocido, el líder de ERC, Junqueras, está en la cárcel, condenado por sedición, lo que no facilita precisamente un diálogo sosegado y sereno, y la formación republicana, que fue de la mano con los posconvergentes al 1-O, no ha renunciado todavía a la llamada 'vía unilateral', aunque sí ha hecho ciertos gestos en esta dirección. De cualquier modo, en los últimos días, ERC, consciente de que el PSOE -y en general la izquierda estatal- le necesita para salir del atolladero en que se ha sumido con ocasión de la repetición electoral, ha hecho notar el valor de su apoyo mediante diversos desplantes, el más llamativo de ellos su participación el martes en un acto en el Parlament en el que, mediante un ardid dialéctico, se burló la proscripción del Constitucional de reprobar a la Corona y exigir por enésima vez la autodeterminación.

Es claro que tal actitud es humillante para el PSOE, que obviamente no va a traspasar ni un milímetro las lindes constitucionales. Pero deberá medir bien ERC su posición, ya que el signo del gobierno de Madrid tampoco es indiferente para ellos. De hecho, este es el último tren para ERC, que se juega mucho en el resultado de la negociación, ya que un fracaso del proceso de cooperación dejaría a los republicanos descolgados del sistema. Y en consecuencia, también el futuro de Cataluña queda supeditado a la razonabilidad de la dirección de ERC, ya que si se sumara esta ruptura a las obstinadas veleidades del pospujolismo -una ideología corrupta por los rasgos identitarios y por la historia de corrupción que arrastra-, no sólo no habría secesión sino que podría perecer la autonomía.

En efecto, si no cuaja el pacto PSOE-ERC, algo irremediable si Esquerra impone al PSOE condiciones que este partido no puede ni quiere cumplir porque desbordan el marco del Estado de Derecho, pueden suceder dos cosas: una primera, improbable pero en absoluto imposible, sería un pacto transversal, en forma de 'gran coalición', si PP y PSOE convergen en la idea de que sería irracional repetir de nuevo las elecciones. En este caso, se habrían reducido al mínimo los márgenes de discrecionalidad del soberanismo catalán, ya que se cerniría amenazadora la sombra de las medidas excepcionales que la Constitución prevé. Cerrada la puerta del diálogo, la provocación de mantener a capa y espada la vía unilateral mientras se alienta la agitación social y se perturba la normalidad catalana encontraría esa respuesta contundente.

La segunda posibilidad sería la celebración de unas temibles terceras elecciones, en las que, con toda probabilidad, la izquierda, incapaz por dos veces de estabilizar el país, perdería la mayoría. En esta situación, el tripartito conservador que ya gobierna en numerosas comunidades y ayuntamientos aplicaría su propia política a Cataluña. Ya se sabe que el nacionalismo se alimenta del conflicto y que muchos fanáticos verían con buenos ojos una secesión cruenta -la famosa vía eslovena, con sus 76 muertos, es un desiderátum invocado con frecuencia-, pero no estamos en la periferia de Europa y nadie en su sano juicio puede pensar que un opción tan descabellada pueda prosperar en el seno de un Estado maduro y bien dotado como el nuestro, capaz por ejemplo de paralizar sin contemplaciones el intento vano de crear una 'república virtual'.

En suma, una actitud díscola de ERC puede hundir al PSOE y a toda la izquierda estatal, qué duda cabe, pero también puede sumir a Cataluña en un sendero de desolación, pérdida de instituciones, revisionismo histórico y, por supuesto, decadencia política, social y económica. Porque es evidente que una fractura como esta agravaría la escisión interna de la sociedad catalana, que se mantiene cohesionada gracias al pacto constitucional y al soporte institucional que emana de 1978. Si todo esto se quiebra, la división entre las dos comunidades se haría inhóspita y brutal. Junqueras, que tiene buena formación intelectual y dispone de tiempo para pensar, debería sopesar desde prisión todas estas opciones alternativas

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