Los mejores libros son los que incomodan. Textos que subvierten tus creencias y te alejan de las endogámicas cajas de resonancia en las que trascurren nuestras vidas. Esos libros que, al terminarlos, te dejan con el culo torcido y un vacío en el estómago. Aunque a veces desearías no terminarlos o quizá ni siquiera haberlos empezado. Esa es la literatura que me pone. De hecho, creo que la única que me interesa a estas alturas.

Cristina Morales (Granada, 1985) de eso sabe un rato, de incomodar digo, pero sobre todo de transmitir esa incomodidad con las palabras precisas, sin obviar ningún detalle ni matiz. Su última novela, Lectura fácil (Premio Herralde de Novela 2018; Premio Nacional de Narrativa 2019), te obliga a cuestionar los cimientos de todo: la política institucional, el estado de bienestar, el entramado administrativo que condena al ostracismo a los/las (mal llamados/as) discapacitados/as intelectuales, el machismo estructural, la perpetuación del sistema patriarcal por parte del supuesto aliado feminista e incluso la propia estructura formal del género narrativo. Apunta al centro y da de lleno.

La novela narra los tira y afloja con la administración, y el mundo en general, de cuatro parientas con distintos grados de (mal llamada) discapacidad que comparten un piso tutelado en la Barcelona de Ada Colau. Entre las vivencias de esas cuatro protagonistas y un fanzine justo en el centro geográfico de la novela, Morales desarrolla una sesuda reflexión acerca de los significados ocultos en conceptos naturalizados por todos/as (pero no neutrales) que, en el fondo, contribuyen a inmortalizar las dinámicas del poder normativo y los códigos dominativos de la hegemonía cultural. No voy a reseñar aquí la novela, sería absurdo, no sabría cómo encuadrarla sin caer en banalidades. No obstante, me gustaría servirme de ella para reflexionar acerca de la literatura en general. Leer un libro no puede ser como ver una serie de Netflix. Es decir, un atracón absurdo de contenidos que olvidaremos en menos tiempo del invertido en visualizarlos. Algo tan masticado y regurgitado que se escapa a cualquier análisis crítico debido a la ausencia de contenido analizable. No sonará popular, pero leer debería implicar un cierto esfuerzo, un poquito tiene que costar, de lo contrario siempre extraeremos de la lectura algo superfluo e inocuo. La complacencia absoluta. Con esto no quiero decir que nuestro libro de cabecera sea Ulises de James Joyce, nada que ver, la clave no está en la ilegibilidad de la novela sino en cómo nos interpela su contenido. No todo va a ser rosa y de azúcar, por suerte. Yo prefiero sentirme incómodo, será que me va la marcha.

Publish or perish (publica o muere), pareciera una cita de Clint Eastwood, pero es un aforismo muy manido en el mundo académico anglosajón para referirse a la urgencia que debe tener cualquier científico en compartir sus avances con la comunidad. Si no publicas, no existes. Eso está bien, te mantiene activo, siempre y cuando no interfiera en la calidad de la publicación. Lo mismo diría de la literatura no-científica, como la novela. No está de más publicar, pero si hay algo que decir, ahorrémonos publicar porque sí. De lo contrario, la literatura fast-food seguirá anegando el panorama. Entiendo que pueda parecer complicado combinar este planteamiento con la lógica intrínseca de la industria cultural, las presiones editoriales y el ego del autor. La realpolitik que diría von Bismarck. Sin embargo, es necesario ser conscientes del problema y apreciar como se merece joyas irreverentes como Lectura fácil.

En resumidas cuentas, autores/as del presente y futuro, escribid mucho, pero publicad sólo si lo merece. A las malas, siempre podéis desahogar vuestras frustraciones literarias exhibiendo pobres opiniones sobre el mundo que os rodea en artículos periodísticos, como acostumbra este servidor. No todos podemos ser Cristina Morales.

Filòsof