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El capital y la ideología, indisolubles

Permítame una confidencia, querido lector. Cada vez compro menos libros de economía, a pesar de que vivo de ella y de que mi credo es que todo número tiene una historia. Pero hace tiempo que mis gafas de vista cansada se desviven por ensayos de otras disciplinas, obras de ficción y biografías. Las excepciones son mínimas y siempre fruto de la compra por impulso, práctica que ejercito con frecuencia, o de un regalo amigo. La penúltima adquisición fue Capital e Ideología del provocador economista francés Thomas Piketty. La última obra del autor de El capital en el siglo XXI es un exceso de más de 1.000 páginas que no he terminado. De momento, le anticipo, querido lector, que Piketty construye una historia económica, social, intelectual y política de la desigualdad. Para él, esta última no es económica ni tecnológica: sino ideológica y política. «En otras palabras, el mercado y la competencia, los beneficios y los salarios, el capital y la deuda, los trabajadores cualificados y no cualificados, los nacionales y los extranjeros... no existen como tales. Son construcciones sociales e históricas que dependen del sistema legal, fiscal, educativo y político que elegimos implementar».

Estas palabras resuenan en mi cabeza al escuchar al presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, el patrón de los empresarios. En, quizá, uno de sus discursos más contradictorios defendió las rebajas fiscales y la necesidad de alcanzar pactos de Estado y «no de partidos ni de siglas», en alusión al acuerdo PSOE-Podemos. «La ideología está muy bien pero en economía dos más dos son cuatro, no nueve ni doce. Nosotros vamos a ser leales con el Gobierno que tenga que ser pero también diremos las cosas que tengamos que decir si no nos gustan». Pocos después recordó que la CEOE «no hace política», como tampoco los sindicatos. Garamendi debía tener fiebre ayer. Le conviene revisar sus discursos y leer a Piketty. Pocos creen hoy que el capital carece de ideología y que la desigualdad tampoco tiene signo político. Ni siquiera los críticos de Piketty lo cuestionan. Y ahora le dejo, perdóneme, que sigo con la lectura.

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