Diario de Mallorca

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Perspectivas

Hay un territorio que no ha sido vedado a las mujeres y éste es el de la escritura: el territorio de la literatura. Nunca he leído un libro -y como yo tantos otros escritores y lectores, imagino- con las anteojeras previas de si su autor lo era, o era autora. Y esta visión de las cosas no es nueva; no recuerdo ahora quién era que aseguraba que parte del Antiguo Testamento estaba escrito por mujeres. Yo no lo sé. Y tampoco distingo ya en la vida pública lo que se dice porque toca y lo que se dice porque es. Pero estas últimas semanas quise hacer un experimento que me confirmara lo vivido: que no ha sido la literatura, precisamente, un lugar de exclusión para las mujeres. No al menos como otros y no al menos en los dos últimos siglos.

No tuve que hacer muchos esfuerzos. Coincidió que mientras Harold Bloom empezaba a morirse, yo estaba ordenando mi propio canon, es decir, mi biblioteca, y si esto suena excesivo, que tal vez sí, diré que me encontraba ordenando mis libros. Los libros configuran una conversación entre quien los ha leído, quien los ha escrito, el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Pero intentando soslayar los maximalismos, busqué mientras iba ordenándolos, a las escritoras que me han acompañado y acompañan, convencido de que ni eran pocas, ni ocupan un lugar secundario.

Me gustan las listas; siempre me han gustado. Hago listas a menudo y hay poemas míos -influencia de Borges, seguramente- que son una especie de lista o enumeración. Pero del mismo modo que nunca he hecho una lista de escritores -o de sus obras- presentes en casa, tampoco lo había hecho de escritoras o de sus obras, presentes en casa, también. Como no he valorado nunca, repito, un libro por el sexo de quien lo hubiera escrito. Pero en este tiempo donde todo está cambiando tan rápidamente que la realidad y lo que llaman el relato -es decir, otra ficción- se confunden, decidí hacer lo que no había hecho. Lo que no había sentido necesidad de hacer porque nunca creí que hubiera que demostrar de alguna manera que las mujeres han estado presentes en la literatura y no sólo como protagonistas. O sea, que han estado y están confundidas con los hombres en el mismo plano que los hombres lo estaban y están con las mujeres. Empecé a escribir una lista de las habitantes de mis estanterías y entiéndase esta lista como un agradecimiento.

No es alfabética, ni completa y ni siquiera está escrita como aparecían sus libros antes de ser ordenados. Cito: Alejandra Pizarnik, Rosa Chacel, María Zambrano, santa Teresa de Jesús, Agatha Christie, Victoria de Stefano, Idea Vilariño, Silvina Ocampo, Carson McCullers, Dorothy Parker, Colette, Nancy Mitford, Katherine Mansfield, Safo, Marina Alcoforado, Jean Rhys, Emily Dickinson, Elizabeth Bishop, sor Juana Inés de la Cruz, Clarice Lispector, Ida Vitale, Edna O'Brien, Alice Munro, Virginia Woolf, Iris Murdoch, Marguerite Duras, Jane Austen, Isak Dinesen, George Sand, Mercè Rodoreda, Irene Némirovsky, Nina Berverova, H.D., Agustina Bessa Luis, Ana María Moix, Marta Pesarrodona, P.D. James, Anita Brookner, Patricia Highsmith, Jhumpa Lahiri, Susan Sontag, Arundathi Roy, Eileen Chang, Ana María Matute, Rosa Romojaro, Vita Sackville-West, Françoise Sagan, Carmen Martín Gaite, Jane Bowles, Sarah Waters, Marina Tsvietaieva, George Eliot, Jeanette Winterson, Madame de La Fayette, Anne Carson, Nadezha Mandelstam, Djuna Barnes, Chantal Thomas, Wilhelmine Schröder-Devrient (que era cantante de ópera), Cristina Peri Rossi y cerca de una veintena más -jóvenes como Zadie Smith, Jessa Krispin, María Gainza, Nicole Krauss, Pauline Dreyfuss, o Jenny Ofill, entre ellas-. Y en esa casi veintena no cuento aquellas que no son autoras sino protagonistas y tienen también libro o libros, que no ficciones: de Carrington a Tina Modotti, de Frida Kahlo a Lee Miller, de Misia Sert a Isadora Duncan, de Peggy Guggenheim a Nora Barnacle, o de Alma Mahler a Victoria Ocampo? y no sigo porque sospecho que si a mí me gustan las listas a otros les aburren profundamente.

Sin esas mujeres ni siquiera los libros de los escritores serían lo mismo ahora, como los de ellas no serían tampoco lo mismo de haber estado solas frente a la ficción. ¿Y la invisibilidad? Sí y en muchos campos, pero no precisamente en la literatura (no al menos a partir del XVIII y los salones filosófico-literarios creados por damas), aunque las hubiera que prefirieran firmar con nombre de hombre (George o Isak, por ejemplo) y así se camuflaban sin camuflarse en medio de un mundo que les gustaba tanto como disgustaba. Y fruto de todo eso surgía el arte de la literatura que, o es una casa común y sin apartheids, o no es nada.

En cambio de lo que suele hablarse poco es de un no sé si llamarle misterio, por el cual la inmensa mayoría de hombres dejan de leer novelas sin haber cumplido los cuarenta o a punto de hacerlo. Y eso si es que las leyeron alguna vez. Porque lo que sí es cierto es que el número de lectoras es infinitamente superior al de lectores. Hay algo raro y pobre en esa retracción masculina frente al mundo imaginado y su celebración, una insuficiencia literaria que no sé de dónde puede venir. ¿A qué es debido el abandono de uno de los grandes placeres, de los pocos que te impide estar solo cuando lo estás y favorece que todo en la vida sea mucho más rico (la austeridad, incluso, o la desgracia)?

Hace un par de años, conocí en Francia a Vincent Monadé. Era una mañana de sol en pleno Rastro o Mercado de Pulgas, como dicen ellos. Nos sentamos en una plaza a tomar el aperitivo. Vivía con una buena amiga mía -de ahí el encuentro- que es una lectora inagotable. Había sido librero y agregado cultural en El Congo y entonces dirigía el Centre National du Livre, en París. Vincent Monadé había escrito un libro para combatir el absentismo lector masculino. Se titula Cómo hacer leer a los hombres de tu vida y hay edición española en Plataforma Editorial. Se lo recomiendo vivamente. En sus páginas se trata al género masculino iletrado con divertidas estrategias para que deje de serlo (iletrado), acudiendo incluso a su grado de infantilismo y utilizando sus aficiones más simples o primarias para convertirlas en un medio de acceso a la lectura. Si con las estrategias de Monadé fracasa, mejor siga leyendo sola: no hay nada que hacer.

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