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¡Son niños!

"Una madre esconde su rostro avergonzada tras poner a la venta a sus hijos, Chicago, 1948". Es el pie de una fotografía que quizás muchos de ustedes habrán visto porque, recurrentemente y en blanco y negro, surca las redes sociales. A un lado de la imagen se puede leer un cartel que en inglés pone «Cuatro niños en venta. Consulte en el interior» y el otro a los niños junto a su madre, cuya cara no se ve, víctimas todos de una situación espantosa.

Ciertamente, la instantánea que captó el fotógrafo es de una tristeza desoladora y aboca al horror en el que todo ser humano desearía no tener que sumergirse jamás: el del profundo desamparo y soledad. Familias que han tenido que dar a sus hijos en adopción; menores huérfanos de padre o madre o de los dos; niños acogidos en y por instituciones o en familias que se encargan de ellos; niños y niñas solas en la vida, de este o de otros países, y de cuyo bienestar se ocupa un frío entramado burocrático sin cara, ni voz, ni rostro, sin palabras cálidas, ni abrazos y besos, ni manos que les arropen por la noche con una manta o que te den el dulce que te gusta. Una de mis peores pesadillas de pequeña era que mis padres se murieran. Así, tal cual. En ocasiones era tanta la tortura a la que me sometía a mi misma que acababa en el llanto, aunque en mi caso eso no hubiera sucedido. Pero pensaba en todo lo que podía conllevar la orfandad en mi persona y me parecía, en mi pequeño cuerpo de entonces, imposible de integrar. Me moriría seguro. Sin el calor de mis padres no podría seguir adelante de ninguna de las maneras.

Toda esta pesadilla que intento, a mi manera, exorcizar en esta columna encontraba su caldo de cultivo en los múltiples centros a los que familiares míos tuvieron que acudir en varias fases de su infancia: orfanatos, seminarios o academias militares. Un manantial de amor y calor humano a raudales, como todo el mundo puede imaginar.

Todo esto viene a cuestión de los denominados 'menas', un término espantoso que esconde, como bien señalaba Teresa Rodríguez, de Podemos que estamos hablando de niños y niñas. Niños solos y niñas solas, así de simple. En la más profunda soledad. Supervivientes físicos del horror de la muerte, de la pobreza o de la enfermedad. Niños y niñas desamparados, sin nadie a quien acudir y en una situación de máxima vulnerabilidad a los que ahora la extrema derecha de Vox ha puesto en la diana. Pero no, señores, ellos no son mi enemigo porque nunca un niño o niña puede ser un peligro para mi. Nunca. Ustedes, Abascal y compañía, sí. Ustedes son un riesgo, porque alguien que llama al linchamiento de menores indefensos y sin padres es alguien capaz de lo peor. A la historia me remito.

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