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Antonio Papell

La realidad rompe el bloqueo

El bloqueo ha saltado por los aires horas después de que se realizara el escrutinio de las elecciones del pasado domingo. El mismo lunes, Sánchez e Iglesias se entrevistaban discretamente y en un plazo también brevísimo conseguían las suficientes coincidencias para anunciar una coalición de la que ya se habrán fijado las pautas y un desarrollo programático que no hace más que resumir conocidas coincidencias y que se limita a remachar lo obvio. La primera reacción de la ciudadanía al conocer esta precipitada convergencia habrá incluido seguramente algunas dosis de irritación: si era tan fácil poner en común ideas e intereses, ¿por qué diablos ha habido que perder tanto tiempo en celebrar unas nuevas elecciones, que, por cierto, no han hecho más que reducir el peso específico de los principales actores —PSOE y UP suman ahora 155 escaños y no 165 como después del 28-A—, alimentar al monstruo de la extrema derecha y desgastar el sistema representativo de este país?

Si PSOE y UP no hubieran conseguido tampoco esta vez el acuerdo y hubiesen forzado una tercera consulta, el fracaso habría debilitado decisivamente a las fuerzas de izquierda y, con toda probabilidad, hubiese entregado el poder al bloque de derechas, no sin antes desequilibrarlo para entregar la hegemonía a Vox, que medra con las crisis como todos los extremismos. El fantasma de semejante hipótesis ha actuado de revulsivo eficacísimo y todas las viejas objeciones han decaído.

Después de todo este calvario con que nos han obsequiado las fuerzas que finalmente se pondrán al frente del gobierno de este país, los ciudadanos tenemos derecho a exigirles que ya no nos obsequien con nuevas disensiones procesales en la formación del gabinete. Si hay discrepancias, resuélvanlas reservadamente y permítannos que nos hagamos la ilusión de que llega al Ejecutivo un bloque experimentado y eficaz, decidido a recuperar el tiempo perdido, a regenerar una política que ha padecido una severa crisis de corrupción, a hacer alarde de eficiencia económica —la vicepresidencia de Nadia Calviño es una garantía— y a recomponer los elementos de una prosperidad que, con la crisis y el trajín posterior, muestra numerosas fisuras que hay que sellar antes de actualizar el modelo debidamente.

El documento de diez puntos que se dio a conocer ayer y que fue el que firmaron ambos líderes es demasiado genérico para suscitar una opinión fundada. Lo más reseñable es que el decálogo empieza con una apelación a "consolidar el crecimiento y la creación de empleo" y termina con el reconocimiento de que "la evaluación y el control del gasto público es esencial para el sostenimiento de un Estado de Bienestar sólido y duradero"; además, dedica un punto a "asegurar la cultura como derecho" —ya era hora— y promete "revertir la despoblación" mediante "un apoyo decidido a la España vaciada".

La imperdonable demora en resolver la gobernabilidad de este país sólo ha tenido una virtud: la de concienciar a todos de la relevancia de los asuntos en los que había discrepancia, y especialmente el conflicto catalán. Sería un disparate suicida que, una vez formado un gobierno progresista, este no tuviera una única y transparente voz en todo lo tocante a la cuestión catalana. Y es de suponer que Iglesias y Sánchez, que no son precisamente unos aprendices, habrán dejado muy claro este extremo y habrán marcado unas pautas maestras que no refuercen al soberanismo, ni animen a los independentistas, ni den alas a la minoría violenta que ha empezado a enmarañar el problema con ingredientes intolerables. El documento citado es expresivo a este respecto ya que promete que "el Gobierno tendrá como prioridad garantizar la convivencia en Cataluña y la normalización de la vida política. Con ese fin, se fomentará el diálogo, buscando fórmulas de entendimiento y encuentro, siempre dentro de la Constitución. También se fortalecerá el Estado de las autonomías" y se garantizará "la igualdad entre todos los españoles".

Ahora sólo falta que el 3 de diciembre se constituyan las Cortes, se cumpla el protocolo regio de consultas y se busquen los apoyos precisos para la sesión de investidura. La abstención o no de Ciudadanos hará o no precisa la de ERC, que no se negaría seguramente a cooperar. En todo caso, estamos en el camino gozoso de la estabilidad. Ya casi no recordamos en qué consiste.

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