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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Voto pesimista

En junio se perdió la gran oportunidad de un gobierno de centro que con 180 diputados hubiera podido asegurar estabilidad toda la legislatura

El debate del pasado lunes escenificó el malestar en la política. A la primera pregunta de los presentadores sobre cómo pensaban los candidatos acabar con el bloqueo, respondieron éstos con sus respectivos mantras. Sánchez, eludiendo su responsabilidad y adjudicándosela al elector, a quien reclama el voto al PSOE para conseguir un gobierno fuerte. En su defecto, reclamando el gobierno para la lista más votada (la suya) y abstención del PP, demanda de Rajoy en 2016 a la que él mismo contrapuso su “no es no” que provocó su destitución de la secretaría general. Iglesias pugnó infructuosamente con Sánchez defendiendo el gobierno de coalición PSOE-UP, acusándole de su voluntad de pactar con el PP. Casado se reafirmó en que Sánchez perdiera toda esperanza. Rivera defendió un pacto con Casado y no descartó acordar con Sánchez; sonó irreal, quiso aparentar una fuerza que ya desperdició. Abascal dejó clara su posición en contra de un gobierno del PSOE. Si un debate debería dar a conocer a los electores el sentido de la acción política, sólo Abascal e Iglesias lo dejaron claro. Sánchez, decidido a ocupar el centro, no podía arriesgarse a perder votos por la izquierda con un posible pacto con el PP; tampoco por la derecha con uno con UP. Casado no podía insinuar la menor posibilidad de pactar con Sánchez a riesgo de disparar aún más el voto de Vox. Los recursos creativos de Rivera aparecieron de repente para los televidentes como manidos, huecos, postizos. Si el debate debía despejar las incógnitas respecto al bloqueo existente, no despejó ninguna.

Sánchez explicitó su voluntad de acarrear votos de centro anunciando una reforma del Código Penal que penalice la convocatoria ilegal de referéndums, renegando de Zapatero, que la despenalizó; anunció una ley audiovisual que exigiría quórum de 2/3 para elegir a los consejos de la tv públicas; también volvió a plantear la necesidad de una asignatura de educación en valores cívicos en la educación, suprimida por Rajoy. Casado acusó a Sánchez de ponerse de perfil ante la desaceleración económica subiendo impuestos; de estar entregado a Torra y al independentismo catalán por la nación de naciones de Iceta y le conminó sin ningún resultado a que se comprometiera a no pactar con los independentistas catalanes ni con Bildu; se comprometió a bajar impuestos y a aplicar la ley de seguridad nacional en Cataluña. Rivera se comprometió a aplicar el artículo 155 en Cataluña, a bajar impuestos, a luchar por los servicios públicos en la España vacía y a una nueva política de fomentar la natalidad, redefiniendo la familia numerosa y otorgando ayudas económicas por cada hijo. Iglesias presentó una carta extensísima a los reyes magos, en pensiones actualizadas al IPC, becas, viviendas, educación infantil (nunca se sabe si cuando dicen educación infantil de 0 a 3 años, en realidad quieren decir guarderías, para nada es lo mismo), educación superior, másteres posgrado gratuitos, etc, sin explicar cómo financiar tal explosión de bienestar con los impuestos a la banca que pretende. Abascal cual capitán Trueno, pero barbado como Goliat, al grito de Santiago y cierra España, enumeró sus soluciones a las grandes cuestiones que la dictadura de la corrección política, a la que se sometían, a su juicio, todos sus interlocutores, tenía prohibido siquiera mencionar: la transformación del Estado autonómico como única vía para poder pagar las pensiones; priorizar a los españoles frente a los inmigrantes ilegales en el acceso a las ayudas sociales; construir muros en Ceuta y Melilla; detener a Torra y ponerlo en manos de los tribunales; supresión de la autonomía catalana; dar preferencia a la inmigración regulada de Sudamérica; luchar contra la globalización que nos hace competir con países con mano de obra esclava, imponiendo aranceles. Nadie, excepto Iglesias en una cuestión puntual, le contradijo. Los más institucionales argumentarían que por no darle cancha a la ultraderecha; los mal pensados, porque los partidos mayoritarios, sujetos al yugo de la corrección, no se atreven a enfrentar realidades que han propiciado y frente a las cuales no tienen discurso. La realidad es que mientras la mayoría de expertos convocados por El País proclamaron vencedor del debate a Sánchez, los lectores de la mayoría de medios, incluyendo El País, La Vanguardia, El Mundo, El Confidencial, La Razón, ABC, dieron como vencedor a Abascal, con porcentajes rondando el 50% de El Mundo, ABC o El Confidencial, o al 35% de El País y La Vanguardia. Lo que parece abundar en la diferencia de apreciación de la situación política entre los expertos politólogos y el sentir común de los ciudadanos que aparece en las encuestas, activadas en las redes por los propios partidos.

En resumen, parece que de las elecciones de pasado mañana no se esperan grandes cambios, excepto el previsto hundimiento de Ciudadanos. Se perdió en junio la gran oportunidad de un gobierno de centro que con 180 diputados hubiera podido asegurar un gobierno estable durante toda la legislatura. Dos cuestiones lo impidieron: la investidura de Sánchez apoyada por los independentistas catalanes y vascos con el correspondiente chalaneo con Torra y el “relator”, que soliviantaron a Rivera, y el consiguiente desquiciamiento de este último, que deliró pensando en sobrepasar al PP y obstinarse en negarse en redondo a facilitar algún acuerdo con el PSOE que resituara a Sánchez en el sentido común frente a su ambición de poder cesarista. Con el ánimo desmoralizado ante el resultado y ante el futuro, van a votar los irreductibles al desaliento, los que sostienen el tinglado.

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