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Miserables erigidos en dioses

Tenía 18 años y hacía mucho, mucho tiempo que tenía clara su identidad sexual. Y su pasión, la música. Hacía más de cuatro años que gustaba de colgar vídeos en Instagram y en alguna otra red social interpretando las canciones que la hacían feliz. Nació con los atributos sexuales que la encasillaban como hombre, pero supo defender su identidad como mujer, incluso en el convulso tiempo que es la adolescencia. Contra viento y marea. Al menos eso aparentaba en su rol de instagramer. Su felicidad, su derecho a ser quien quería ser, su pasión, su grito de libertad contra quienes no querían (o no supieron) escucharla y respetarla cesaron de golpe el penúltimo día de octubre. Su último acto de voluntad fue quitarse la vida. Fue en Llíria, pero podía haber sido en cualquier sitio. Ahora, la Guardia Civil y la jueza investigan qué ocurrió. Penalmente será muy complicado atribuir ese suicidio a alguien más que a ella misma, pero en su entorno familiar, escolar y de amistades saben que la incomprensión, las mofas, los chistes nauseabundos que de chiste no tienen ni el nombre, las vejaciones y humillaciones que han quedado grabadas en esa red social (los más cobardes las han borrado, quizás pensando en salvarse de lo insalvable), han sido parte de esa mano que la empujó hacia el vacío. No sé cuánto de toda esa vergüenza social que debería soliviantar algo más que las conciencias jóvenes y adolescentes de Llíria, las únicas que han clamado hasta ahora por ella en un grito desesperado de justicia y dignidad, acabarán por sustanciarse en un proceso penal. No sé, en definitiva, cómo de lejos llegará la justicia en la represión del odio, de la bajeza que destilan muchos de los comentarios que tuvo que soportar, en diferido y en directo, en internet y a la cara, pero sí sé que, por cansino que resulte, el domingo podremos poner ese granito de arena necesario para frenar la intolerancia, la patente de corso para criminalizar las identidades y tendencias sexuales, para inmiscuirse en cómo debemos vivir las mujeres nuestra libertad, para neutralizar, en definitiva, el ascenso de quienes, como Vox, y sólo es un ejemplo, se creen con el derecho a decidir sobre el bien y el mal, a fijar dónde los blancos viran al negro. Es hora de poner coto al endiosamiento de los miserables que se apoyan en los miedos de los débiles. Y en las mentiras.

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