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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

De Lumet a Loach, la desigualdad

No somos capaces de situar en el epicentro de esta campaña electoral la realidad cruenta de la inequidad

Hace pocos días, visionaba en televisión Network y casi a continuación Sorry we missed you: dos bofetadas cruentas en la cara, sin concesiones al espectador, del maestro Sidney Lumet y del siempre interesante Ken Loach. Mientras tanto, la compaña electoral española se abría paso entre las bambalinas de las pasiones un tanto recortadas, salvo en el caso de los "entregados a la causa", que acompañaban a sus líderes en cada mitin bien orquestado. Y pareciera que tales líderes nunca eran capaces de inspirarse en ambas películas para sus propuestas políticas, enfrascados como siempre en acusaciones mutuas, que tantas veces esconden apreturas mentales. Solamente una persona se salvaba de la quema, dentro de sus limitaciones ideológicas. Dentro de tres días, conoceremos a dónde nos encauza todo este tinglado de amores rotos.

Network (1976), con este título español, "un mundo implacable", cuenta con un casi perfecto guion del maestro Paddy Chayefsky, y la impagable interpretación del pluriforme Peter Finch y de la insinuante Faye Dunaway, en sus respectivos personajes de Howard Beale y Diana Christensen. Un conjunto absolutamente coordinado por la mano férrea de un realizador como Lumet, cuya primera película fuera nada menos que Doce hombres sin piedad, en un ya lejano 1957. Una tremenda historia de poder y manipulación que lleva a cabo una cadena televisiva contra un histriónico presentador de noticias, enloquecido ante el devenir del mundo. Con un cierre desconcertante por la relación entre dinero y terrorismo. Puede que un pelín paroxística, pero la cesura del "poder del dinero" es tan evidente que molesta, sobre todo por la manipulación de que es objeto el personaje de Howard Beale, una especie de "pobre hombre" víctima de sus propios sueños y ensoñaciones complementarias. Un film duro e inquietante que recorre la pirámide del poder con una Fane Dunaway no menos destruida por su propia amoralidad. En definitiva, la desigualdad insoportable de aquella sociedad traumatizada de los setenta norteamericanos. Hoy mismo.

Esta visión de un ambiente un tanto de burguesía ilustrada y mediática, encuentra su proyección "básica" en el film de Loach cuyo título es del todo significativo, Sorry we missed you, es decir Lo siento, te echamos en falta. Una historia tantas veces repetida en el cine de Loach, el abuso de toda una familia a cargo de la situación socioeconómica de la Inglaterra heredada de la gran crisis de 2008. De nuevo con guion de Paul Laverty, este film escuece todavía más porque el abuso concreto lo ejerce un "intermediario" de medio pelo sobre un compañero de trabajo completamente incapacitado para abrirse camino, con daños colaterales en una esposa casi acabada moralmente y unos hijos que se vienen abajo por la discia de su padre. Y de nuevo, la desigualdad, ese muro que nos separa en dos universos, el de los que tienen/pueden y el de los que nada tienen porque nada pueden. De nuevo, molesta porque Loach concentra en pocos minutos la tragedia (no solamente drama) de toda una serie de ciudadanos que son víctimas de la maquinaria que hemos montado. El cierre a negro del final adquiere un significado inquietante.

Y entonces, ¿por qué razón no somos capaces de situar en el epicentro de esta campaña electoral la realidad cruenta de la desigualdad, si la desigualdad se apodera, hoy mismo, de todos los sectores y a todos los niveles? ¿Qué otra realidad tiene el mismo imperativo que la desigualdad que solamente aumentaría si cayéramos en una nueva recesión? No se trata de discutir el volumen de tal posibilidad, porque se trata de interrogarnos por la razón de que sean siempre unos los que pierden más que otros, si bien y además el número de éstos aumenta sin parar por la crisis insobornable de las clases medias. Está claro que nuestros políticos deberán enfrentarse al calentamiento global, a las urgencias de los inmigrantes, a la constitucionalidad territorial, al desarrollo desigual de las diferentes entidades autonómicas, y otras realidades evidentes que forman un conjunto complementario en la vida de un país. Pero lo más urgente es tener del todo presente el drama/tragedia de la exclusión, de la manipulación, del abuso laboral, de la desigualdad, en fin, en que estamos sumidos y de la que todos y todas somos responsables.

Si tienen acceso a Lumet y a Loach en estas entregas fílmicas, les sugiero que lo aprovechen: insisto en que los guiones son un tanto radicales por razones estructurales, pero tendrían que hacernos reflexionar sobre la terribilidad de la desigualdad que a todos y a todas concierne. Es un problema de moralidad política. De conciencia. Y parece ausentarse demasiado de esta campaña.

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