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Mirando, para no preguntar

Una sanidad con artrosis

Tenemos un sistema sanitario público que es de los mejores del mundo. Un sistema sanitario que es fuente de envidia y referencia de muchos otros países por sus ratios de eficiencia y solidaridad. Con profesionales comprometidos -a pesar de las diferencias salariales en relación a países de nuestro entorno- y considerados entre los mejores por su actitud y aptitud. Pero desde hace ya tiempo nuestra sanidad empieza a mostrar síntomas de vejez. Tiene ya algunos achaques que se han convertido en crónicos y que requieren de un tratamiento de choque urgente.

Los primeros síntomas los escuchamos a diario: las listas de espera son interminables. No sólo en cirugía, incluso en atención primaria y en la práctica totalidad de las especialidades. Somos muchos y (parece que) hay pocos médicos. Los médicos de familia apenas disponen de 6 minutos por paciente. Casi sin tiempo para pedir información al enfermo, mucho menos para reconocerle siquiera. La solución que muchos encuentran es acudir a urgencias, aunque se trate tan sólo de un resfriado. ¡Otro servicio totalmente colapsado!

Otro "síntoma" preocupante en nuestra querida sanidad es el tiempo medio que están tardando en entrar en la financiación pública los nuevos medicamentos. La biomedicina está revolucionando muchas especialidades que, lamentablemente, no pueden incorporar esos nuevos tratamientos porque la burocracia administrativa se queja de artrosis y no puede actuar con flexibilidad. Nuestro anciano servicio sanitario público ha tenido que aceptar donaciones particulares para actualizar la tecnología para el diagnóstico y tratamiento de una patología tan importante y prevalente como el cáncer porque estaba, sencillamente, obsoleta. Bienvenida sea la colaboración.

Todos queremos y defendemos un sistema público equitativo, eficiente, solvente y sostenible. Para conseguirlo es necesario rejuvenecerlo, eliminar los lastres de politización con el que se ha tratado y asumir que necesita no sólo el compromiso de las palabras o la ideología, sino una auténtica puesta a punto que debe pasar por aprovechar las ventajas de la innovación tecnológica. Innovaciones que son un hecho ya en la sanidad privada por ejemplo, con la robotización de los quirófanos.

Desde hace un mes, el sistema sanitario del Reino Unido (NHS) ha incorporado el asistente virtual de Amazon como intermediario. Alexa acudirá a los datos del NHS para responder preguntas sencillas de los millones de británicos que ya tienen este asistente virtual en casa. Las autoridades confían en que este nuevo "facultativo virtual" sea capaz de descongestionar las consultas de atención primaria. Una decisión valiente pero controvertida. Criticada por aquellos que consideran que se está poniendo en peligro la privacidad de los datos sanitarios, y por quienes aseguran que el médico necesita ver al paciente y hablar con él para hacer un buen diagnóstico.

En China (¡cómo no!) ya disponen de una especie de "fotomatones" en los que los ciudadanos pueden hacer consultas a médicos virtuales sobre sencillos problemas de salud e incluso recoger en un dispensador, allí mismo, la medicina que ese sistema robótico de salud prescriba. Conozco quien está dispuesto a ponerlo en marcha en nuestro país, pero ni los laboratorios ni los galenos quieren semejante competencia. No ofrece garantías, argumentan.

Y esta misma semana conocíamos que un algoritmo informático desarrollado por científicos de la Universidad de California, ha conseguido leer y analizar en apenas un minuto un escáner cerebral para determinar si el paciente había sufrido un accidente cerebro vascular. Todo un récord que supera con creces a los mejores radiólogos y que demuestra que la inteligencia artificial puede llegar a convertirse en la mejor aliada para cribar en primera instancia a los pacientes en los hospitales.

Mientras los científicos depositan sus esperanzas en los avances tecnológicos, los burócratas miran de soslayo evitando tomar decisiones que permitan adaptar la sanidad a los nuevos tiempos. En un momento en el que la innovación tecnológica hospitalaria, de atención primaria o farmacéutica es una realidad, debemos evitar que el aletargamiento en la toma de decisiones, en la introducción de reformas o en la adopción de prácticas novedosas puede provocar que el sistema quede totalmente desfasado, anclado en procedimientos del pasado difícilmente recuperables.

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