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JOrge Dezcallar

Brexit en el limbo

¡Y yo que creía que el limbo no existía! Pero así ha descrito el speaker del Parlamento John Bercrow lo ocurrido esta semana con el interminable culebrón-yenka de que salimos pero no salimos de la Unión Europea a que los británicos nos llevan sometiendo desde hace tres años. Después de ganar el martes pasado la votación sobre su última negociación con Bruselas sobre el problema de la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, que estaba siendo el principal escollo y que el parlamento le había rechazado a Theresa May hasta en tres ocasiones, Westminster se ha negado a permitirle a Johnson tramitar el asunto por un procedimiento de urgencia que obligaría a discutir en sólo tres días un texto de 435 páginas. Boris, que desea salir de la UE el 31 de octubre y que no quiere más prórrogas (a pesar de haber pedido una a Bruselas en una carta que no firmó en un ataque de infantilismo), ha decidido "poner en pausa" parlamentaria el acuerdo logrado a la espera de ver qué prórroga le concede una Europa exhausta (algo que decidirá la semana próxima), mientras amaga con convocar elecciones el 12 de diciembre (lo que tampoco es seguro que consiga porque necesita el voto de 2/3 de los parlamentarios). De modo que el limbo sigue existiendo aunque el catecismo de hoy lo niegue.

El Brexit nos tiene aburridos y hartos porque los británicos no saben ni lo que quieren ni lo que no quieren. Y nos marean. Los que se quieren ir están divididos entre los que no rechazan un Brexit a las bravas, sin acuerdo, y los que quieren hacerlo ordenadamente y sin más sobresaltos que los imprescindibles. Los que no se quieren ir dicen que la gente fue engañada en el referéndum de Cameron con argumentos falsos sobre sus consecuencias en forma de una fuerte recesión económica (hasta 9 puntos de PIB) y una crisis constitucional con Escocía e Irlanda del Norte, y que es necesario otro referéndum que permita elegir entre el acuerdo que eventualmente se logre o seguir en la UE. Un auténtico galimatías. Y lo que ocurre en Westminster es reflejo de estas contradicciones.

El Reino Unido ha sido siempre un "socio poco entusiasta". De entrada no quiso entrar, luego fue vetado por De Gaulle, y cuando por fin ingresó de la mano de Harold MacMillan y Edward Heath no se despejaron sus dudas existenciales Margaret Thatcher flirteó con abandonar la UE en los años ochenta. No han querido integrarse en la moneda única, el euro, para no abandonar la libra, símbolo de la City y de pasadas grandezas, y tampoco han querido entrar en el espacio común sin fronteras interiores que define el Acuerdo de Schengen. Londres siempre ha votado a favor de la expansión de la UE hacia los países vecinos porque eso dificultaba la necesaria mayor integración entre sus socios, su ideal no eran políticas comunes sino un área de libre comercio lo más amplia posible. Ahora que Londres está ausente, Macron ha puesto el freno a continuar con la ampliación hacia los Balcanes (Albania, Macedonia del Norte.) no solo porque son países que no están aún preparados para ingresar en el club a pesar de los esfuerzos hechos sino porque, ha dicho el presidente francés, con 28 países ya funcionamos mal y hay que arreglar muchas cosas entre nosotros antes de pensar en abrir la puerta a otros. Tiene razón. Es una postura valiente y solitaria pero a mi juicio necesaria, y es también la primera consecuencia visible de la pérdida de influencia de Londres en los asuntos europeos.

Porque desde el siglo XVIII la política británica con respecto a lo que allí llaman "el continente" (el continente está "aislado por la niebla", decían) ha sido evitar que en Europa surja un poder fuerte capaz de hacerle sombra. Por eso luchó contra Napoleón, contra el káiser Guillermo II y contra Hitler. Y luego, aunque ya sin armas, contra la Unión Soviética. Es algo que tienen claro desde George Canning para acá. Y en este culebrón del Brexit han tratado hasta el último momento de dividir a los países miembros entre sí y a dividir también al Parlamento, a la Comisión y al Consejo de la UE. No lo han conseguido y esta es una buena noticia para nosotros, que estamos deseando que el Brexit rompa aguas de una vez por todas, se queden o que se larguen de una vez si es eso lo que desean (pero sin echarnos la culpa a nosotros) y que nos dejen tranquilos.

Si al final se acaban yendo no habrá probablemente otros países que quieran dejar la UE tras esta kafkiana experiencia y eso es positivo. Los que más perderán serán los británicos y ellos se lo habrán buscado, pero también será un momento triste para nosotros porque perdemos a un gran país con un centro financiero de primer orden, una potencia nuclear, un ejército temible, un asiento permanente en el Consejo de Seguridad y unos respetables servicios de Inteligencia. Y al mismo tiempo sentiremos alivio porque los británicos nunca fueron socios fiables, sus objetivos nunca fueron los nuestros y si al fin al salen, ojalá que con un divorcio amistoso, nos dejarán tranquilos de una vez, sabiendo a qué atenernos y con el tiempo que ahora les dedicamos y que necesitamos para ocuparnos de nuestros propios problemas, que no son pocos. Pero por ahora el culebrón no da señales de querer terminar.

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