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María Amengual

Mi idea grande y bella

Los hay que no han recibido un no en su vida, creen que tienen derecho a todo, y si no se les escucha, cualquier medio está justificado para conseguir su fin

Puede que El hombre que mató a Liberty Valance sea el mejor western de la historia. En Shinbone, Valance tiene aterrorizada a la población. La ley del más fuerte. O el más rápido desenfundando la pistola. Sólo Tom Doniphon tiene los suficientes redaños como para pararle los pies. Hasta que llega un hombre de leyes -Ransom Stoddard- que pretende que el orden llegue con la civilización. Una nueva concepción del mundo, en la que se sustituye la fuerza bruta por el imperio de la Ley. El progreso.

Lo legítimo, lo lícito, es lo justo o permitido, según la justicia y la razón. No es casualidad que la legitimidad tenga el mismo origen etimológico que la ley. En un Estado de Derecho, la única violencia legítima es la que ejercen los cuerpos de seguridad, amparados por la ley, que -a la vez- limita su uso. Y esto es así, precisamente, para evitar que cada uno se tome la justicia por su mano. Estos días en Cataluña hemos escuchado testimonios de jóvenes que justifican su participación en disturbios y barricadas en que las sonrisas ya no funcionan para conseguir su objetivo. Alentados por quienes creen que hay que arriesgar más. Son una minoría, pero ya los hay. Impensable hace sólo un par de años.

Siempre he pensado que la peor consecuencia de la infantilización de la sociedad y la sobreprotección de algunos padres es la nula tolerancia a la frustración. Los hay que no han recibido un no en su vida. Creen que tienen derecho a todo. Ahora. Y, si no se les escucha, cualquier medio está justificado para conseguir su fin. Incluso la violencia. Uno de los gurús del independentismo, Bernat Dedéu, decía estos días que 'contra lo que dicen los cursis, la violencia funciona y tiene toda la legitimidad del mundo cuando defiende una idea grande, bella y por la cual valga la pena romperse la cara'. Y me temo que hemos iniciado un camino de difícil retorno.

Porque, por si aún no se habían dado cuenta, todo el mundo piensa que su propia idea es grande y bella y que vale la pena romperse la cara por ella. Si eso legitima la violencia, esto es la ley de la selva. El todos contra todos. También se refrenda la de los neonazis que salen a apalear independentistas y a los que algunos llaman 'constitucionalistas'. A ver si ahora va a ser constitucionalista cualquiera que lleve una bandera de España, aunque cante el 'Cara al sol' o agreda a quien piensa diferente. El Estado de Derecho nació para poner coto a eso, a la arbitrariedad. Algunas penas pueden ser excesivas, pero son modificables. Son públicas y conocidas de antemano. Para que todo el mundo sepa a qué se expone.

Los mismos que se quejan por el hecho de que los veintipico diputados independentistas no tengan fuerza suficiente para cambiar la Constitución y convocar legalmente un referéndum son los que se alegran de que los veintipico de Vox no puedan derogar la Ley de Violencia de Género, por ejemplo. Y viceversa. Afortunadamente, para cambiar las normas fundamentales del Estado, hacen falta amplios consensos. Con razón y argumentos. Poner algo más que los genitales encima de la mesa. Diálogo, sí. No chantaje. Y no por encima de la mitad de catalanes, sino con. Algunos quieren convertir en una guerra de banderas una cuestión de derechos. Y de lo que se trata es de sí volvemos o no al Far West, donde todo vale si uno cree tener la razón.

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