Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Ver, pero no mirar

Llevo años fijándome en una estampa que, a veces, pasa desapercibida. En toda obra, hay alguna persona ajena a ella que la observa. No falla. Antes o después aparece ese alguien que se mantiene fuera de las vallas protectoras y que observa cómo los andamios van trepando, el movimiento de las grúas o cómo se apilan los escombros. Para ellos, seguramente, debe ser un ejercicio de atención plena. No pierden detalle. Algo parecido sucede en los puentes que sobrevuelan carreteras. Siempre hay alguien que está ahí, observante, atento al movimiento de los coches. Hay algo relajante en ver la vida pasar de manera monótona. Envidio a las personas que ven y que, además, miran. Envidio a las personas a las que no se les escapan los detalles. Sobre todo, los importantes.

¡Diariamente y a todas horas, algunas intempestivas, recibimos llamadas para ofrecernos el mantenimiento del termo, la contratación del último producto de una compañía eléctrica o el ofertón de series, pelis, conexión wifi, una segunda línea y todos los mensajes de texto gratis durante un año. Paseas por cualquier lugar céntrico y, en menos de 200 metros, te han pedido que participes de la iniciativa para salvar el planeta del cambio climático, contribuir a que acabe el hambre en el mundo, sensibilizarte ante determinadas enfermedades y sumarte a las mejoras educativas de un país que apenas ubicas en el mapa. Comprender bien solo uno de esos proyectos podría llevarnos media mañana, pero no. Recibimos demasiados estímulos y nos pasa desapercibido lo importante. Vemos, pero no miramos. Puede que este fuera el motivo por el que traté de dar esquinazo a un grupo de chavales que esperaba a los clientes en la puerta del supermercado. Les vi de lejos y, a medida que me iba acercando a ellos, comencé a barruntar una excusa. Sonreír, pero no demasiado y tratar de encontrar ese punto en el que no eres ni demasiado borde, ni demasiado dicharachera. Una expresión que transmitiera un "tu proyecto es muy loable, pero no tengo tiempo". Algo así. En lo que se tarda en cruzar una puerta, los chicos me explicaron que hacían un trabajo para el colegio y que participaban de una campaña de recogida de alimentos. Todo muy fugaz. Fue en la sección de frutas y verduras cuando caí en la cuenta de que casi se me escapa un gran detalle: la ilusión. Que un sábado por la mañana, un grupo de adolescentes haya decidido dedicar su tiempo a un buen motivo, tiene mucho valor. Y ese ímpetu e ilusión por aportar un granito de arena para mejorar la vida de alguien requiere atención y observación. Así que di media vuelta y les dije que no, que no sabía cómo funcionaba su campaña de alimentos y que sí me interesaba saberlo. Me contaron que querían contribuir a que un grupo de personas disfrutara de un desayuno completo, productos de higiene y legumbres a la hora de la comida. Me dijeron que pasarían el tiempo necesario en esa puerta, tratando de sensibilizar a los clientes del comercio y que, a pesar de que sabían que esa no era la solución, era una contribución. Casi veo, pero no miro a un grupo de jóvenes que me recordó que ellos, la mayoría, son un maravilloso futuro. Y que sí pueden cambiar el mundo.

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