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Antonio Papell

El independentismo incendiario

Ya empezamos a tomar conciencia de lo que es la "violencia pacífica" que proponía el historiador soberanista Jaume Sobrequés en Punt Avui, no mucho después de citar a Josep Fontana, quien recordaba que nunca un pueblo consiguió sin violencia la autodeterminación si la metrópoli se negaba a concederla de buen grado (con lo que el ínclito intelectual ha asegurado indirectamente que Cataluña está en una situación colonial, un disparate conceptual que no tiene cabida en el marco académico). Y también vamos conociendo en qué consistía el "tsunami democrático" que Torra y Puigdemont, junto a representantes de las asociaciones sociales y de los partidos independentistas, celebraron en Suiza, y que tiene todo el aspecto de ser una especie de sociedad secreta y clandestina en que la cúpula se aprovecha de las modernas TICs para organizar movilizaciones sin convocatoria pública previa, formar una especie de guerrilla urbana y desatentar las circulaciones sociales de todo un país.

Lo cierto es que el relato de un independentismo pacífico y tranquilo acosado por un Estado violento y represor, que pudo tener ciertos visos de verosimilitud durante la jornada infausta del 1-O, en que la policía intentó durante unas horas frustrar la celebración material de un referéndum ilegal, ha desaparecido del universo mediático. El independentismo más activo y agraz es el que es capaz de incendiar las calles del centro de Barcelona, de provocar una batalla campal salvaje contra la policía que deja docenas de heridos, de atemorizar a una sociedad lógicamente acobardada por lo que ve. De reproducir -se ha utilizado el salvaje parangón- la "Rosa de fuego" en que se convirtió Barcelona durante la Semana Trágica en 1909.

No cabía esperar otra cosa después de que Torra, el mismo que recomendó a los CDRs que "apretasen" en sus movilizaciones, animase a los revoltosos, al mismo tiempo que su conseller d'Interior enviaba a los Mossos d'Esquadra a reprimirlos. La esquizofrenia se ha adueñado de la Cataluña política, y no solo de los neoconvergentes: también el republicano Rufián, que había asumido últimamente un esperanzador papel de difusor del seny catalán entre tanta 'rauxa', reprendía severamente a los violentos mientras, un par de tuits después, criticaba con dureza a los Mossos por su actuación "desproporcionada" contra los manifestantes?

La buena noticia es que los Mossos han cumplido con su papel? a pesar de que han arreciado las voces que exigen la dimisión del Conseller d'Interior, Miquel Buch, de JxCat. Pero la esquizofrenia no es perpetuamente sostenible: finalmente estalla por el propio peso de la realidad. Y aunque de momento funciona la coordinación entre Mossos, Policía Nacional y Guardia Civil, el modelo puede quebrarse en cualquier momento, lo que obligaría a que quienes gestionan el Estado tomaran determinaciones más duras: de momento, cabría la declaración del estado de alarma del art. 106 CE, o el recurso a la denostada Ley de Seguridad Nacional.

Y hay aún otra buena noticia, que es la templanza del Partido Popular, que en un patente cambio de rumbo ha decidido abandonar los parajes radicales en que Casado comenzó su liderazgo interno para adentrarse en un ámbito de moderación que garantice la solvencia de la respuesta extraordinaria que el Estado deba dar a las circunstancias excepcionales que puedan producirse. Ayer, Casado y Sánchez volvieron a escenificar su coincidencia en el interés de Estado, al que tampoco parecen ser ajenos Unidas Podemos y Ciudadanos.

Hoy, Torra intervendrá ante el Parlament de Catalunya y no habrá pronunciamiento alguno sobre la sentencia, como quería la CUP. El Tribunal Constitucional ya ha avisado a la Cámara (a Torrent) de los riesgos, incluso penales, que acarrea la adopción de resoluciones manifiestamente ilegales. Y aunque los observadores tengamos derecho, visto lo visto, a temer que el inefable presidente de la Generalitat se limite a explayarse con la cautela de no traspasar ninguna raya roja, también podría suceder que cundiera el sentido común y la cúpula institucional del soberanismo se desmarcara claramente de la violencia. Es poco probable que así suceda, pero la retractación y el espíritu de enmienda serían la única vía de que el nacionalismo catalán, ya muy desacreditado, recuperara algo de audiencia y de crédito en Europa.

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