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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Kintsugi

Tras la sentencia -polémica, como todas-, ha llegado el momento de mirar hacia delante e intentar reparar la fractura cultural, económica, social y territorial

Hace tiempo que sospecho que la conocida sentencia romana "Dura lex, sed lex" lo que subraya en realidad son tanto las virtudes como los límites de la justicia. Por un lado, apela al reconocimiento de la necesidad de un Estado de Derecho que defina la igualdad de los ciudadanos ante el poder. Por el otro, supone la aceptación explícita de que no pertenece al ámbito de la Ley -no de forma inmediata, aunque quizás sí en un sentido amplio- la capacidad de reconciliar las sociedades fracturadas por motivos culturales e ideológicos. Políticos, en suma, porque la política -cuya esencia última es la conquista y el mantenimiento del poder- constituye también un modo de concebir el mundo, ya que su representación depende precisamente de cómo interpretemos el lugar y el tiempo en el que vivimos. Tras conocer la sentencia del procés -trece años para Junqueras, nueve para los Jordis-, la gran pregunta que se impone consiste en determinar en qué momento del ciclo nos encontramos: al final de uno, al principio de otro o quizás -lo más preocupante- todavía en tierra de nadie. Yo desde luego lo ignoro, aunque pueda temer una u otra cosa. En realidad, las predicciones acerca del futuro son meras charlas de café y su valor a largo plazo tiende a la irrelevancia. Resulta más útil pensar en marcos cognitivos e identificar principios de actuación. Quizás sea esta una de las grandes lecciones de la posguerra europea.

Como era de esperar, la sentencia no ha gustado a nadie. El independentismo catalán tilda el fallo de "terrorismo de Estado" o de "infamia para la democracia" y acusa al Estado de atentar contra los derechos humanos. Otros, en cambio, hablan de una sentencia débil y clemente, y responsabilizan al gobierno socialista de la misma. La separación retórica entre ambos frentes estaba marcada desde antes del juicio y no nos puede extrañar que irrumpa de nuevo. Sin embargo, la pregunta sigue apuntando hacia el día siguiente, hacia el año próximo y así sucesivamente. Porque hay que empezar a pensar más allá del procés y de la sentencia; precisamente para no quedarnos empantanados en una tierra de nadie, estéril y yerma, dañina para todos sin excepción. No será sencillo, pero carecemos de cualquier otra alternativa viable. Los japoneses utilizan la técnica del Kintsugi que permite reparar las fracturas de la cerámica con un barniz de resina espolvoreada con oro o plata. Reconstruir lo roto, reparar el daño, remendar la sociedad. ¿Cómo hacerlo? Lo desconozco, aunque el único espacio fructífero será el que aúne el realismo con la madurez democrática, el deseo de reconciliación con la generosidad y la confianza entre las distintas partes.

Con la sentencia de Marchena, se diría que la ley ha cumplido su función y lo ha hecho del modo que ha considerado más adecuado; pero no le corresponde ya salir de ese espacio. Las elecciones del 10 de noviembre marcarán otro hito importante en el camino. Entre tanto, se prevén semanas difíciles con tensión en las calles y declaraciones fuertes por parte de una clase política irresponsable. Quizás -sólo quizás- 2020 permita enfriar lo suficiente el conflicto como para ir vislumbrando una solución aceptable que abra vías de encuentro y de esperanza. El cansancio empieza a ser la marca de una ciudadanía harta del estrés continuo. No es algo de lo que debamos alegrarnos.

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