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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Fotovoltaicas, el nuevo golf

En los años ochenta publiqué que Mallorca dispondría de veinte campos de golf. Proliferaron los chistes a mi costa, incluso se demostraba que no cabían en la isla con el auxilio cartográfico. Mallorca cuenta hoy con una veintena de campos de golf, que no se justifican por la difusión de la forma más aburrida de perder el tiempo nunca inventada. Cada uno de los greens servía de pretexto para la edificación circundante de los hermosos bloques de apartamentos y casitas. La estafa urbanística periclitó cuando existía algo parecido a la izquierda ecologista, y ahora resucita con la excusa de impulsar las energías renovables.

Los horrorosos parques (ojo al término green) fotovoltaicos se parecen al golf en que nadie sabe para qué sirven y en que ambos producen la misma energía. Con la astucia urbanística que ha desarrollado la izquierda, el Consell sondea ahora la compatibilidad de las plantas industriales de renovables con la destrucción a conciencia del suelo rústico vecino. Es el mismo truco de los golfistas, esta vez bajo la coartada climática.

Reto a que alguien mire fijamente un parque fotovoltaico mientras predica que produce energía limpia. Y que a continuación proclame que es el futuro que desea para el paisaje mallorquín. Lo lógico sería suprimir viviendas para reducir la dependencia energética. Por fortuna, los promotores de renovables tampoco creen en su sector, nadie les atribuiría esa simpleza. El principio matriz del cultivo de placas consiste en cobrar las subvenciones y salir corriendo, como descubrió Obama antes de sacar a patadas a los empresarios españoles que se estaban forrando sin contrapartidas. Mallorca no puede producir comida y energía para un millón de personas, y esa vana pretensión oculta el negocio golfista de esta temporada. Por lo menos hasta que la izquierda decida regalar las ayudas para fotovoltaicas a los hoteleros de Thomas Crook.

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