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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Tasas turísticas

Leo en algún medio que se quejan los hoteleros de la capital catalana del proyecto de la alcaldía que preside Ada Colau de aumentar las tasas que gravan a los turistas que pernoctan en esa ciudad. Y también que Cataluña, desde 2002, y Balears, años más tarde, son las únicas comunidades de nuestro país en las que se aplican esos impuestos, bastante insignificantes si los miramos bien.

He recorrido este verano Francia de punta a punta y he pagado sin rechistar, y diría que incluso con gusto, ese impuesto destinado a compensar a los municipios por los daños que un turismo cada vez más invasivo causan al medio ambiente. El turismo trae dinero y genera puestos de trabajo, por lo general mal pagados y precarios, pero también ruido, suciedad, degradación de la calidad de vida de los vecinos y carestía. Y todo eso difícilmente va a poderse arreglar, reconozcámoslo, por elevada que sea la tasa que se aplique al visitante.

Quienquiera que recorra el centro histórico de nuestras ciudades habrá visto colgadas de muchos balcones sábanas o pancartas en las que se expresa el cansancio de quienes allí viven con las juergas nocturnas en plena calle. Por supuesto que los responsables de que los vecinos no puedan muchas veces conciliar el sueño no son sólo turistas, sino también gentes de dentro que han perdido todo respeto por la necesidad de descanso de los demás.

El turismo ha acabado expulsando de esos lugares el comercio tradicional a favor de la apertura de bares, discotecas y restaurantes que sirven sobre todo a una clientela foránea. Por no hablar del negocio especulativo de los apartamentos turísticos, que han hecho dispararse el precio de los alquileres. Añádase el tema de los cruceros que llegan semanalmente a las ciudades costeras para regurgitar allí a decenas de miles de turistas que parecen sólo interesados en comprar algún souvenir o una botella de agua, naturalmente de plástico, mientras el barco que los espera en el puerto sigue allí contaminando con su diésel el aire de la ciudad.

No le extraña a uno que muchos hoteleros piensen que un par más de euros cobrados diariamente al turista por su alojamiento vayan a perjudicar su negocio, aunque las estadísticas de los países donde hace ya años que esa tasa aplica no parezcan corroborar ese temor. Hay quienes siguen instalados en los tiempos en los que Manuel Fraga Iribarne -aquél de quien se decía que tenía "el Estado en la cabeza"- ocupaba la cartera de Información y Turismo, cuando lo único que importaba era la cifra de turistas que llegaban y no su calidad.

Abaratar precios como sea -algo en lo que siempre destacaron los operadores turísticos, como el pionero de todos, Thomas Cook, que acaba de quebrar- para traer, año tras año, a nuestro país más millones de visitantes, no puede ser la solución. ¡No estamos ya en tiempos del NO-DO aunque algunos parezcan echarlos de menos!

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