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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Palma y su nuevo aero-puerto

Ojalá nadie tenga que elegir jamás entre las tenebrosas Aena y la Autoridad Portuaria, pero a Mallorca nos ha tocado en suerte lo peor de ambos ectoplasmas. Durante años, he fantaseado con la aterradora hipótesis de que la empresa que se lleva íntegramente a Madrid el dinero saqueado en el hipermercado de Son Sant Joan, promoviera una nueva pista para multiplicar el número de pasajeros que atraviesan sus tiendas. Pese a los amagos de hoteles de aeropuerto con el oscurantismo habitual, siempre pensé que la reacción popular anularía la locura de Aeropuertos Nacionales. Ni siquiera me atreví a plasmar mis temores por escrito, para no ser tildado de demagogo.

Pues bien, mientras vigilábamos la ebullición de Son Sant Joan, nos clavaban por la espalda un nuevo aero-puerto. Lo han abreviado en Puerto de Palma, pero el concepto es el mismo, descargar a millones de personas para que compren aspirinas y se atiborren en los McDonald's típicos mallorquines. Las nuevas pistas de aterrizaje por vía marítima movilizan a dos millones de pasajeros anuales, y subiendo. Con ese volumen de tráfico, el segundo aero-puerto palmesano se coloca entre los veinte mayores del Estado. Hasta treinta provincias suspirarían por disponer de un ajetreo de visitantes de tal calibre. La pequeña diferencia es que Mallorca no necesitaba a los cruceristas con hotel a cuestas.

Palma tiene dos aero-puertos colosales, y no imagine que el calvario ha finalizado antes de mirar hacia Alcúdia y su decidida voluntad de convertirse en el tercer aero-puerto mallorquín. Se ha difundido el concepto de aerópolis como falsa urbe adyacente y subordinada a una gigantesca instalación aeroportuaria, una definición que le encajaba a Mallorca como un guante. Ahora debuta como la primera aerópolis doble porque, cuando piensas que la situación no puede empeorar, se multiplica por dos.

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