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María Amengual

Bonito culo

Parece mentira que haya que recordar en la Europa de 2019 que si una mujer va sola a una playa nudista, no es para satisfacer a nadie, ni tiene que ver con el sexo

Hasta hace unos instantes, éste iba a ser un artículo sobre la libertad sexual; ahora, tratará sólo de la libertad de la mitad de la población. Nada menos. Sobre el papel, no tenemos restricción alguna para ir donde nos plazca. Una vez más, quiero recordar a Isaiah Berlin -nunca lo haremos demasiado- que definía la libertad negativa como la ausencia de coacción externa a un individuo que desea hacer algo. Este concepto es fundamental para analizar múltiples cuestiones que nos plantean dudas morales como el burka o los vientres de alquiler.

No suelo hacer nudismo. Mallorca es una isla muy pequeña, ya saben. En cualquier playa, se encuentra una al vicepresidente Yllanes dando un chapuzón. Pero todo cambia lejos de casa, que para eso hacemos la maleta. Les he contado alguna vez los prejucios a los que nos enfrentamos las mujeres que, en pleno siglo XXI, viajamos solas. Que si ten cuidado, que a ver si vuelves con novio, que si no te da miedo. Como si necesitáramos un complemento para disfrutar de las vacaciones más allá de un buen libro y, sobre todo, mucho silencio.

En Sicilia aprendí que no en todos los lugares está bien visto hacer topless. Así que, en Portugal, me recomendaron algunas de las playas más tranquilas del Algarve. Una maravilla virgen, con zonas nudistas. Me fui con un libro, una mochila y una botella de agua como único avituallamiento. Tuve el placer de desnudarme y meterme en el mar. Nadar en el agua fría del Atlántico y pensar que ése era -sin duda- uno de los momentos por los que vivir vale la pena. Pero me cambié tres veces de sitio. Tres. Porque los veía revolotear como aves carroñeras alrededor de una presa. Que si ahora paso, que si vuelvo a pasar porque no me decido y -al final- me sitúo a unos trescientos metros de playa desierta a mirar. O medio escondido detrás de las dunas a ver si no se nota demasiado que me masturbo.

Me niego a que tres cromañones me conviertan en víctima de nada. Decidí -primero- hacerles fotos por si la cosa se ponía fea y acababa por denunciar, luego levantarme, acercarme y mirarlos fijamente con cara de '¿qué pasa? ¿que no has visto una teta en tu vida?'. Finalmente, moví mi toalla fuera de su alcance. Yo no era -ni mucho menos- la mujer más joven ni más guapa de la playa. Pero sí la única que estaba sola. Imperdonable.

Como me vi especialmente guapa, me hice una foto en la que se me veía un poco el trasero. Y la subí a las redes sociales. Hecho que, por lo visto, es dar carta blanca a mensajes privados que estoy obligada a contestar por muy obscenos que resulten porque, si no, hay que ver con lo simpática que eras antes. Como si tontear una vez supusiera firmar un compromiso a futuro de seguir haciéndolo. Con lo fácil y elegante que es un piropo; tipo 'bonito culo'.

Parece mentira que haya que recordarlo en la Europa de 2019. Si una mujer va sola a una playa nudista, no es para satisfacer a nadie. Ni tiene que ver con el sexo. Si una mujer sube una foto de su culo a Instagram, no da derecho ni permiso para hacer comentarios obscenos. Lo hacemos porque nos apetece, porque somos libres. Aunque algunos cerebros de mosquito sean incapaces de entenderlo. Mi libertad positiva es la de ser dueña de mi voluntad. Mi libertad negativa obliga a los demás individuos a respetarla.

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