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Matías Vallés

No podréis con Trum

Ilusos, no podréis con Trump. El encendido de la maquinaria del impeachment ha desatado mayor pánico entre los denunciantes que en el procesado, el cual transforma la maniobra Demócrata en un bumerán que sirva de combustible para su reelección. El magnate de los negocios turbios se ha visto acorralado por la justicia más veces que la suma de sus rivales. "Toda mi vida es una apuesta", reza una de las frases favoritas del presidente. A sus adversarios les falta convicción para desafiar las marrullerías del luchador callejero.

El impeachment es la guinda de una estrategia desacertada, que ha deambulado durante cuatro años por la prensa. Ningún presidente estadounidense ha sido el destinatario de un ataque masivo comparable al disfrutado por Trump. Se omite que el personaje peligroso era George Bush, que arrojó al planeta a una situación catastrófica, con centenares de miles de muertos y la cobertura impagable de los medios liberales de su país.

El progresismo mundial denuncia concienzudamente cada comentario malhumorado de Trump, hasta consolidar su bravuconada de que "soy el Hemingway de Twitter". La denigración excesiva olvida que la locura del presidente no solo lo describe, sino que también explica su elección en unos tiempos que han suprimido cualquier vestigio de racionalidad. El magnate puede significar el suicidio del planeta, pero un solo hombre no ha creado las condiciones para esta extinción, cebada durante décadas de imperio de la hipocresía denominada diplomacia. Ordenarle al presidente de Ucrania que investigue al máximo rival en la carrera a la Casa Blanca encaja con el comportamiento habitual de Trump, que además se considera por encima de la ley. El instigador se reserva además la cabriola final, otorgarse a sí mismo el perdón presidencial. Como dice su ley favorita, "yo no parpadeo". Y vosotros ya lo habéis hecho.

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