Por fortuna, la campaña electoral será de sólo una semana, tras el acuerdo en este sentido obtenido cuando fue preciso repetir las elecciones en 2016. Y ya ha dicho Pedro Sánchez que sólo acudirá a un debate, el día 4 de noviembre. La redundancia cansa y ya sabemos los electores lo que piensan los candidatos, y lo que no sabemos, nos lo imaginamos. De hecho, esta campaña electoral es una especie de provocación al electorado, ya que en ella está implícita la velada acusación de que la otra vez no entendimos lo que se nos preguntaba, o nos equivocamos al elegir la papeleta, o pedimos cosas imposibles…
En realidad, las ideas y las propuestas no deben ser debatidas nuevamente, dado que en este país desarrollado funciona bastante bien la memoria colectiva. Lo que los líderes deberían debatir, entre sí y ante los ciudadanos, es cómo conseguir levantar el bloqueo; qué van a hacer para que no tengamos que seguir votando indefinidamente; en qué medida están dispuestos a ceder para facilitar la coalición y el pacto; hasta qué punto van a levantar los vetos que han impedido la formación de mayorías…
Lo demás, francamente, ya no nos interesa. No nos mareen con proyectos que después no podrán aplicar. Las urgencias que padecemos son obvias, y ya se las recordaremos a quienes gobiernen si por alguna extraña razón no cayeran en la cuenta de lo que hay que hacer con toda urgencia para sacar a este país de un insoportable marasmo.
