Leí el titular “Se vende la casa de Adolfo Suárez”, y deduje que alguien había adquirido la mansión del presidente del Gobierno en Son Vida. Sin embargo, la propiedad no estaba vendida sino que salía a la venta, con lo cual la información incierta se transformaba en un anuncio cumplido. Hasta un periodista, o todavía peor, hasta un inmobiliario puede percibir que si la vivienda en cuestión se vendiera, no figuraría en el catálogo correspondiente. Aparte de que me gustaría saber desde cuándo figura en el folleto, porque he visto sucesivas reediciones de “Un chalet en Alcúdia es el más caro de Mallorca”. Y así durante años, siempre el mismo mausoleo. No es el de mayor precio, sino el más invendible de la isla.
El titular “Se vende una casa por veinte millones de euros” debe traducirse por “Una casa que ofrecen por veinte millones no se vende ni a tiros, lo cual significa que no los vale pero estamos intentando que alguien se lo crea publicando esta falsedad”. Confieso que he contribuido a la inflación de precios con titulares faraónicos. Mi propósito de la enmienda consiste en avalar la fabricación de carteles con el explícito “No se vende”, a colocar en los inmuebles que resulta imposible colocar ni a los siempre ingenuos millonarios.
Si algo está en venta, no se vende. Ni un inmobiliario promocionaría un producto que ha endosado, atrayendo así a la Agencia Tributaria a la que está obligado a engañar por su juramento hipocrítico. Periodistas y lectores admitimos sin vacilar que las tasaciones y análisis del mercado de la vivienda procedan de los vendedores, que lógicamente jugarán a disparar los precios, y que según el ingenioso Freakanomics nunca dedicarán el mismo esfuerzo a vender tu casa que a deshacerse de la suya. Un simple cálculo de porcentajes. Las casas invendibles demuestran que las verdades se construyen a base de mentiras. O que nada es mentira si surte efecto.
