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Antonio Papell

La violencia blanda

En democracia, la disidencia siempre ha sido legítima hasta rozar el umbral de la violencia, moral o física

La gran lenidad mostrada por Torra, primera autoridad institucional de Cataluña, y por las formaciones soberanistas ante las transgresiones de algunos de sus correligionarios, como los miembros de los Comités de Defensa de la República que fueron detenidos cuando se disponían a fabricar explosivos con los que sembrar el caos el Cataluña tras conocerse la sentencia del procés es llamativa y descorazonadora novedad. En democracia, la disidencia siempre ha sido legítima hasta rozar el umbral de la violencia, moral o física. Y en el caso del nacionalismo y su pretensión de alcanzar el objetivo permanente, la independencia, el distingo ha sido esencial. El catalanismo emergente del final de la dictadura y primeros años del posfranquismo se desmarcó rápidamente de Terra Lliure. Lo mismo que el independentismo de Québec, que rápidamente desistió de utilizar procedimientos heterodoxos para centrarse exclusivamente en la actividad política.

Pero parece que han pasado los tiempos en que la violencia ha de merecer la máxima anatema, precisamente a causa de que la democracia es el mejor método inventado para la resolución de conflictos, lo que proscribe que puedan resolverse por otros medios que signifiquen la imposición forzosa de unos criterios sobre otros, el menosprecio insultante de ciertas opiniones, el recurso a la amenaza o a la presión de cualquier tipo para conseguir doblegar voluntades. Curiosamente, coinciden en el tiempo algunas expansiones que apuntan ese relajamiento que esas líneas pretenden denunciar y combatir.

La opinión reciente más llamativa que refleja cierta benévola tolerancia con determinada violencia ‘blanda’ —el uso del calificativo ya es inmoral por el oxímoron no es admisible: no hay agresiones leves, ni crímenes suaves— ha sido la de Jaume Sobrequés, catedrático de historia de Cataluña de conocias inclinaciones independentistas, quien el pasado 22 de septiembre escribía en El Punt Avui un desorientado y terrorífico artículo en el que definía la “nueva violencia” a la que el pueblo de Cataluña tiene que recurrir, bien entendido que “el concepto de violencia ha tomado formas diferentes a aquella que la inmensa mayoría de gente identifica con la existencia de la lucha armada”. Citando a Josep Fontana, el autor afirmaba que “la historia pone de manifiesto de manera inequívoca que la liberación de los pueblos y naciones oprimidas por un estado colonial ha acostumbrando a ser inseparable del ejercicio de la violencia legítima”. Y propugna encontrar formas aceptables de violencia “pacífica”, de “reivindicación intransigente, de defensa cerrada de los derechos nacionales propios. Delimitar la frontera entre las dos formas de violencia —la que no conviene ni es viable y aquella que contiene el germen liberador— es el gran objetivo no sólo de la política catalana de los partidos independentistas, sino también de las acciones masivas impulsadas por las poderosas organizaciones cívicas, que han arraigado con fuerza en la vida cotidiana de Cataluña”. Y concluye: “Si bien, a lo largo de la historia, los acontecimientos de cualquier carácter nunca se repiten de manera mimética, sí en el análisis histórico podemos encontrar ideas útiles para ejercer esta ‘violencia’ necesaria para lograr nuestros objetivos nacionales. En cualquier caso, aquellas acciones de masas realizadas hasta la fecha, siendo necesarias y modélicas, se han demostrado poco útiles. Han sido más un ejercicio de dignidad colectiva que un instrumento para conseguir la libertad del país. No digo a unos y otros qué tienen que hacer, ni cómo han de activar la nueva ‘violencia’, que impulse un giro de 180 grados a la colosal energía que ha quemado, no diré que en vano, el pueblo catalán en los últimos años. Han llegado los tiempos de la nueva ‘violencia’".

La conducta de Torra en relación a los que se disponían a atemorizar a la ciudanía catalana mediante bombas, de momento destinadas a generar el caos y no a producir masacres, parece sugerir que las pesquisas que recomendaba Sobrequés han tenido éxito. La ‘colonia’ catalana —puesto que Fontana aludía a esas situaciones coloniales, como hace por cierto al ONU al reconocer el derecho de autodeterminación en limitadísimos supuestos— ha encontrado el camino de practica la violencia blanda que redunde en su emancipación. Es tan disparatado el argumento que en lugar de llamar a las fuerzas del orden parece adecuado llamar a los enfermemos con las correspondientes camisas de fuerza.

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