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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Sal de la burbuja

Los turistas hemos ganado en autonomía y variedad, pero a cambio son tiempos de mayor concentración de poder empresarial

A mis doce años el turismo era una cosa que practicaban los “guiris”, principalmente ingleses en mi caso, porque me crié en Menorca, o incluso alemanes y suizos de clase media trabajadora en según qué zonas de Mallorca a dónde nos llevaba mi padre en verano para visitar a la familia. Nosotros no viajábamos al extranjero; el extranjero venía a nosotros y se acomodaba en hoteles de playa con piscina en forma de riñón, bufé libre y concursos amateur de misses que se parecían a Lady Di y llevaban bañadores de lycra brillante con colores fosforescentes. Casi todos los hombres eran padres de familia con los pies enfundados en calcetines blancos y sandalias cangrejeras, que apuraban la cerveza en grandes jarras y acarreaban como si pesara un quintal la colchoneta de plástico comprada a precio de oro en el colmado de la esquina. Evidentemente ya existían lugares de juerga nocturna y desenfreno para postadolescentes con pasaporte de otros países, pero para quienes a mediados de los ochenta teníamos escasamente una década de vida, la visión del mundo inmediato era muy limitada, muy Verano azul. Por eso el turismo constituía para muchos de nosotros un premio de consolación para los pobres ingleses, alemanes o suizos que escapaban por unos días de sus mares fríos para bañarse en el nuestro, tan acogedor como un útero inmenso, y que, en cuanto pisaban suelo balear, se uniformaban con sus horrorosas camisas floreadas y sus gorros de safari. El verano, aquellos días, olía a Coppertone y a aceite de coco, y los avispados empresarios locales se hacían con los establecimientos y con su clientela a golpe de trato personal. Los que demostraron más pericia en los negocios acabaron amasando pequeñas fortunas que fueron a más cuando los exportaron masivamente al Caribe.

Más tarde, durante los noventa, cuando la mayoría de industrias tradicionales y, por supuesto, el sector del campo, comenzaban a ir de capa caída, se empezó a hablar a todas horas de la amenaza del “monocultivo” económico. Pero era oir esa expresión y cualquier gestor se santiguaba de la emoción por la perspectiva de un ejército de veraneantes sonrosados y barrigones como una huerta de champiñones solazándose en el aire salino del mar. Se habló hasta la saciedad -pese a lo que costaba pronunciar- de diversificación y de desestacionalizar, como si fuera fácil entonces persuadir a alguien de que es mejor venir a Mallorca a broncearse en febrero. Y todo ese vocabulario repleto de tecnicismos dejó de tener sentido porque al final los primeros que no apostaron por poner de moda las islas durante todo el año fueron las grandes operadoras, que han estado trayendo clientes en masa los meses de verano y escasamente más allá de septiembre u octubre. Esos gigantes con pies de barro están vacilando; su poder remoto deja de refulgir, como hemos visto con la caída de Thomas Cook, cuya cuota de mercado no tardará en repartirse entre lo que resulte rentable ahora en su lugar. Por cierto, el empresario Guangchang, que trató de adquirir la compañía británica para reflotarla, es considerado el Warren Buffett chino. En 2015 compró el Circo del Sol por 1.395 millones de euros. Es accionista mayoritario del Club Med, una cadena mundial de “resorts” fundada por el jugador de waterpolo Gérard Blitz. que inició su actividad en los 50 con un complejo turístico de carpas en Alcúdia. Además, la inmensa fortuna del magnate de Fosum incluye intereses en la industria farmacéutica y en la Premier League, donde se alió con Jorge Mendes, que ha representado estrellas del fútbol como Cristiano Ronaldo o Jose Mourinho. Ambos, Guangchang y Mendes, tienen en común también el hecho de haber sido investigados por presunta corrupción. Sin embargo, ni su fabulosa fortuna, casi seis mil millones netos, ha logrado salvar al operador turístico inglés. Como puede verse, el mundo de la industria turística es mucho menos sencillo de lo que nos parecía en los ochenta. Hoy es infinitamente más difícil desmadejar hasta el núcleo la cadena de acontecimientos que llevan a la bancarrota de una empresa; sin lugar a dudas los turistas hemos (hoy ya también lo somos nosotros) ganado en autonomía y variedad, pero a cambio son tiempos de mayor concentración de poder empresarial.

Y es que en realidad, nadie dejó de apostarlo todo al turismo de sol y playa. Aún hoy, cuando la gente denuncia los estragos de la industria vacacional en serie sobre el paisaje, los recursos naturales y la calidad del aire, se sigue creyendo que nuestra supervivencia es una cuestión de números, de mecanicidad y de elevar la cotización de nuestro destino hasta límites estratosféricos. Nos obligan a mover entre burbujas y habría que ir saliendo de esta, porque tiene toda la pinta que, de un modo u otro, le acabará explotando en las manos a la economía del mundo.

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