El Evangelio pone el dedo en la llaga de una situación no resuelta en nuestro mundo llamado a tener otra mirada hacia los países más pobres, hacia donde la gente huye desesperada de la violencia, el hambre y la injusticia. Entre muchas situaciones de hambre, sed, desnudez, enfermedad o prisión que existen, está la que se refiere a la migración y a los refugiados, tanto en el tono del "era forastero y me acogisteis" (Mt 25,35) como el de "era forastero y no me acogisteis" (Mt 25,43). Jesús, en el Evangelio, es muy claro en lo que se refiere a la relación entre las personas, eco de aquella pregunta siempre actual: "¿Dónde está tu hermano, Abel?" (Gn 4,9). La respuesta del fratricida muestra su insolente irresponsabilidad: "¡No lo sé! ¿Acaso soy el guardián de mi hermano?" (Gn 4,9). La historia se repite.

Si es grave esta actuación respecto a un hermano de sangre, no menos grave es la indiferencia o el rechazo explícito a la hora de acoger y ayudar a quien lo necesita. Cuando en la parábola del buen samaritano (Lc 19,36-37) Jesús pregunta "¿Cuál de estos te parece que se comportó como prójimo del que cayó en manos de los salteadores?", la respuesta es obvia: "El que lo trató con amor". Este es el fondo de la cuestión y lo que Dios nos pide ante el fenómeno de la migración y del drama de los refugiados, hechos que nos interpelan y nos piden que actuemos en cristiano, siguiendo a Jesús, que de hecho se identifica con ellos. De ahí nuestra propuesta de ceder este verano las dependencias del Seminario Nuevo y el ofrecimiento de inmuebles por parte de comunidades, familias y particulares.

Tenemos que pasar de la hostilidad a la hospitalidad. Si miramos lo que ha sucedido estos últimos años, no podemos quedarnos indiferentes ante los millones de migrantes a nivel mundial, ni tampoco los millones de desplazados forzosamente. En ocasión de esta Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el papa Francisco dice que "no se trata solo de migrantes, también se trata de nuestros miedos; se trata de la caridad; se trata de nuestra humanidad; se trata de no excluir a nadie; se trata de poner a los últimos en primer lugar; se trata de la persona en su totalidad, de todas las personas; se trata de construir la ciudad de Dios y del hombre". Y añade que "la respuesta al desafío planteado por las migraciones contemporáneas es: acoger, proteger, promover e integrar".