La quiebra de Thomas Cook se diferencia de otras muchas padecidas por el sector turístico mallorquín en dos aspectos: la dimensión -el mayorista era uno de los grandes, de los más grandes- y el momento -la crisis tiene mucho que ver con el cambio de modelo en la comercialización de los viajes-.

Diez minutos en internet permiten adquirir vuelos a Mallorca por once euros, a Londres por diez y a Tenerife por 19. Un operador ofrece traslado en avión más siete noches en hotel de tres estrellas con pensión completa por 273 euros. O lo que es lo mismo, menos de 40 euros por día de vacaciones. El líder del PP balear, Biel Company, propone eliminar temporalmente la ecotasa para compensar la estrepitosa caída del touroperador. O sea, perdonar el precio de una cerveza. Amanda y Amber Gerrie, dos de los afectados por la quiebra de la empresa que inventó los viajes organizados, hablan con Diario de Mallorca en el aeropuerto: "No tenemos dinero suficiente para pasar aquí el día".

Quizás el turismo, en lugar de democratizarse, se ha vulgarizado. Lejos queda el Grand Tour, una especie de viaje iniciático que emprendían los jóvenes británicos en los siglos XVII y XVIII, antes de volcarse en sus obligaciones profesionales y familiares. El periplo tenía dos destinos obligados: París y Roma. Solo los aristócratas se concedían este recorrido que, pese a sus teóricos objetivos educativos, acababa con frecuencia con juergas que nada envidiarían a las de Punta Ballena.

El ferrocarril amplió a partir de los años 50 del siglo XIX el acceso al turismo por parte de la burguesía. Hubo que esperar a la segunda mitad del XX para que el vuelo charter extendiera a las clases trabajadoras las vacaciones en el extranjero. Desde entonces el turismo de masas se ha sustentado en un principio de alto riesgo: cada semana más barato, cada día más gente.

Thomas Cook arrastraba un grave problema de deuda que superaba los 1.900 millones de euros, lo que no fue problema para que los grandes ejecutivos Peter Fankhauser, Manny Fontenla-Novoa y Harriet Green se embolsaran 40 millones por gestiones tan brillantes como despedir gente. También se ha visto afectado por un cambio sustancial en la comercialización turística. Ya casi nadie entra en las agencias de viajes -¿cuántas quedan?- para contratar un paquete con vuelos, traslados, hotel y excursiones. Internet lo ha cambiado todo, aunque, al comprar con el ordenador a veces acabemos pagando tanto como en la agencia y con menos garantías.

La crisis del antiguo régimen se agravó con la competencia sin piedad de Airbnb, que saca a cientos de miles de turistas de los viajes organizados; la incertidumbre del Brexit, que mantiene a millones de británicos en espera de si sus salidas al extranjero serán igual de plácidas que hasta ahora, y la devaluación de la libra.

Los hoteleros mallorquines han sufrido decenas de quiebras de mayoristas y de compañías aéreas. Pero la lección de Thomas Cook, la agencia fundada en 1841, es distinta. Apunta directamente al fondo del negocio. Han terminado los tiempos de negociar una vez al año con los touroperadores, a veces solo con uno de ellos, y olvidarse del negocio durante meses. Es la realidad impuesta por los nuevos hábitos de consumo. Como sucede con cada cambio de ciclo, sobrevivirán quienes se han adaptado a los nuevos tiempos, se acercan al cliente eliminando el mayor número posible de intermediarios y logran fidelizarle con una oferta de calidad y adaptada a la demanda. El resto corre el riesgo de seguir el camino de Thomas Cook.