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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Qué sabe Ábalos

El día en que recibí la llamada funesta, la que me comunicaba que mamá se acababa de morir de repente, tuve por suerte a mis compañeros cerca. Cómo voy a llegar, primer pensamiento en medio del bloqueo. El viaje, solo de ida, a Pamplona, me costó 600 euros, mis colegas lo encontraron de chiripa. Una vez en Barajas, una azafata displicente nos buscó a quienes volábamos a ese destino para comentarnos con cierto aburrimiento que había problemas técnicos y que tal vez no despegáramos esa noche. Se encogió de hombros cuando le dije que debía llegar al velatorio de mi madre. Curiosamente, no me sentí paralizada. Igual tomo un bus nocturno, igual miro un tren, en el peor de los casos me alquilo un coche. En la península hay opciones. Al final volamos, con tanto retraso que al aterrizar ya era el día siguiente del peor día de mi vida. Como mi hermana estaba aún más atrapada en Eivissa, retrasamos el sepelio de nuestra progenitora y toda la familia lo entendió y lo pagó. La vuelta fue mucho más barata, 200 euros. "Yo te acerco al aeropuerto", me dijo un buen amigo en el tanatorio. Acercarme a una ciudad más grande, a dos horas de coche ida, y otras dos de vuelta para él. Qué sabe el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, de lo que supone vivir en una isla. No tiene ni idea. Dice que va a husmear en nuestras declaraciones de la renta porque no se fía de los residentes de Balears, por si estamos timando al resto de España con los descuentos. Esa mezquindad es la guinda de una legislatura de la que el gobierno socialista en funciones puede estar orgulloso. ¿Para qué han servido los desplazamientos por tierra, mar y aire del propio Ábalos, pagados con mis impuestos, estos cuatro meses? ¿Y los de su jefe, Pedro Sánchez, que después del papelón postelectoral se ha ido a Nueva York a predicar la buena nueva contra el cambio climático en un avión que apoquino yo? Él eligió ir en el Falcon al festival de Benicássim aunque podía ir el coche, en bicicleta o autoestop. Yo no pude escoger. Doy por buena la inversión, pero que encima no me vengan a ajustar las cuentas.

Qué sabe Ábalos. No tiene ni idea. De los cálculos que hacemos para llevar a los hijos a conocer la nieve, a ver un museo, a estudiar lo que quieren. Lo que nos cuesta traer un mueble, la fruta, una pieza para el coche. Al ministro le deben haber contado que una familia británica viene a un todo incluido por 600 euros, lo mismo que yo pagué por ver por última vez a mi madre. Ese político que se expresa con soltura y jactancia seguro que ya tiene preparado un argumentario sobre la unidad de España para endilgarlo cuando salga la sentencia del procés. Los ciudadanos de Balears y Canarias también sabemos algo sobre la vertebración de España: cuanto más nos incrementan los descuentos de residentes, más caros nos salen los aviones. Ojalá disfrutáramos de precios de extranjero.

A un ministro se le supone cierta capacidad para la empatía. Ábalos no la demuestra. Nunca será ese amigo que te ofrece "acercarte" a 150 kilómetros porque sabe lo que te ha costado llegar, y sufre contigo. No tiene empatía porque no cuenta con un compañero de partido que le relate lo que supone habitar un territorio insular: hemos publicado en este diario que los diputados socialistas de Balears han pasado estos meses tras las elecciones sin presentar ni una sola propuesta en Madrid. A fuerza de no pagar los aviones, se les ha olvidado lo que cuestan.

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