“A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!”.

De esta guisa se las gastaba Scarlett O’Hara en la película Lo que el viento se llevó, y es que la última Gran Recesión, que comenzó a mostrar signos de recuperación en 2014, ha representado para las personas en general una versión personalizada y a flor de piel de esta película. El problema es que a algunos les ha tocado la suerte de tener el papel de la señorita Escarlata y a otros, la gran mayoría, les ha correspondido el de la esclava de color, Mammy, con su eterna frase… “sí, señorita Escarlata”.

Con datos de IBESTAT y salvando la exageración, el sector turístico en Illes Balears recupera los niveles previos a la Gran Recesión en 2011, apenas tres años después de su inicio. Si el Valor Añadido Bruto en 2008 era de 3.403 millones de euros, en 2011 ya superaba los 3.495 millones de euros y eso que el número de empresas seguía estando por debajo de las existente en 2008.

Los beneficios del sector, utilizando como variable proxy los excedentes brutos de explotación, vuelven a niveles previos a la crisis también en 2011. Entre 2008 y 2014 estos crecieron a una tasa media anual del 6,11%, pero si ampliamos el arco hasta 2017, su crecimiento sube hasta el 8,20% anual. Frente a lo anterior, los salarios en el sector turístico crecieron durante el periodo 2008 a 2014 a razón de un 0,15% anual.

A tenor de lo anterior, entra dentro de lo razonable la aparición de la “turismofobia” en todas sus expresiones; la última la del turismo de cruceros; en la que una causa más, a parte de las obvias por saturación y resto de externalidades negativas, se encuentra como consecuencia de una ciudadanía que soporta lo negativo del turismo, pero no disfruta las mieles que esta actividad genera en las islas.

Y esto no es una crítica populista, ni mucho menos. Unos beneficios que crecen a tasas muy superiores a la que lo hacen los salarios representa un sistema en desequilibrio y que al final, como corolario de Perogrullo, se ha de equilibrar sin remedio. No es sostenible mejorar la productividad del sector “sine díe” vía ajuste salarial; de ahí la aparición últimamente de voces que reclaman aumentar el peso de los salarios en la distribución de la riqueza. Y es que ante todo ello, hasta Mammy, si estuviese entre nosotros, tendría la tentación de dejarse coleta.