En febrero de este año falleció Karl Lagerfeld, el legendario creador de moda. Solo cinco meses más tarde, el pasado junio, se publicó una jugosa biografía bajo el nombre Kaiser Karl escrita por la periodista Raphaëlle Bacqué (de momento disponible solo en francés). "Kaiser Karl" era el sobrenombre con que se lo llamaba por su hierática apariencia.

Un dato curioso de este exuberante genio es que de la misma manera en que dedicó su vida a la creación de apariencias, inventó su propia identidad cambiante y escurridiza. En ella las imposturas y mentiras fueron indistinguibles de la realidad según nos cuenta su biógrafa.

Las creaciones de Lagerfeld han sido tan eficaces que hacen circular cifras astronómicas de dinero en el caprichoso mundo de la moda, un mundo en que indumentaria, accesorios, bolsos, perfumes, formas y colores van mucho más allá de las necesidades, como si de fuegos de artificio se tratara y sin otra razón de ser que alimentar el mundo de la ilusión.

Es un hecho que en cuanto los humanos superamos el umbral de la necesidad los recursos se ponen al servicio de la fantasía. Sin embargo, el efecto de embriaguez sensorial que produce el impacto de una imagen que se considera bella es efímero. Y eso lo sabía perfectamente Lagerfeld, como también lo saben todos los impulsores del mundo de la moda que cambia tan vertiginosamente que la ropa casi siempre caduca antes de perder sus propiedades funcionales.

Tan cierto es que el beneficio económico está involucrado en ello, como que no podría funcionar con éxito si no alimentase una necesidad psicológica.

Un pez no pica en el anzuelo solo por que haya un sabroso gusanillo en él, sino porque tiene hambre.

En este tema la investigación psicológica revela dos elementos fundamentales.

El primero es que si bien la necesidad puede tener un objeto adecuado capaz de satisfacerla no ocurre lo mismo con los insaciables deseos que alimentan las ilusiones.

Por ejemplo, una mochila funcional de unos pocos euros puede satisfacer completamente la necesidad de llevar objetos que no entran en un bolsillo, pero en el glamoroso mercado de los bolsos de moda el precio pareciera no tener límites. El bolso Birkin de Hermès cotizó a 298.000 dólares y hay bolsos diseñados por Lagerfeld que llegan a los 450.000. Una ganga.

El segundo fenómeno psicológico es que la inexistencia de un objeto adecuado para colmar un deseo se cruza con el aburrimiento de lo constante o, lo que viene a ser lo mismo, la necesidad de lo novedoso. Ya lo dice el refrán: "Langosta cada día cansa".

Los biólogos que estudian el comportamiento animal han demostrado que la lucha contra el aburrimiento no es una particularidad exclusiva de los humanos sino que compartimos ese rasgo con muchos de nuestros parientes del reino animal. Un gato que juega a dejar escapar al ratón que ha capturado antes de hincarle el diente es un ejemplo conocido. Estos dos fenómenos alimentan el la ilusión de la ilusión y se encuentran con el beneficio económico de quienes lucran con ello.

Algo de esto subyace en algunos casos en que la infidelidad en una relación de pareja se produce por la incapacidad de generar nuevos fuegos de artificio. Ciertos fallos en la comunicación y la falta de curiosidad por el cambiante mundo interior del otro, favorecen el sentimiento de que ya no hay novedades que descubrir en la relación y esa es la situación en que, como en el consumismo, se busca un objeto nuevo del que esperar sorpresas. Encuestas recientemente publicadas sitúan los episodios de infidelidad en las parejas españolas en un 30%.

En cierto modo, los payasos e ilusionistas de los circos, los diseñadores de moda, los creadores de tendencia, los expertos en marketing y los asesores de imagen solo existen por y para esa curiosa condición humana que es el apetito de crear insaciables ilusiones.

Que no se trata de un fenómeno banal y que el destino de la humanidad depende de ello lo demuestra el hecho de que Donald Trump, el presidente del país que, todavía, es el más poderoso del mundo no llegó al poder por la consistencia de su programa, ni Gran Bretaña estaría con Boris Johnson a punto de dar un salto al vacío si no fuera por la eficacia en crear ilusiones inmateriales de los prestidigitadores que dirigen las campañas políticas.

Tampoco los conquistadores del Nuevo Mundo hubieran podido engatusar a los malogrados indígenas con sus espejitos.

Bolsos, espejitos, Brexit, "hacer América grande otra vez" por decir poco, tienen entonces mucho en común.

Que Karl Lagerfeld, era totalmente consciente de ello lo prueba su afirmación: "Yo solo vendo fachada, la verdad propia solo nos la debemos a nosotros mismos".