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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Crisis de régimen

Ya estamos donde Sánchez quería: en la repetición electoral. Para ello ha sobrecargado los materiales con los que está construido el régimen de 1978, agravando los síntomas de fatiga que desde 2010 mostraba; no suficientemente como para que el edificio se desmorone bruscamente, pero tan alarmante como para que no podamos vivir tranquilos en él. Nuestro sistema de monarquía parlamentaria está basado en la democracia representativa, indirecta, en la que es el parlamento y no los ciudadanos, como en EE UU y Francia, el que configura el poder ejecutivo del Estado. La Constitución alumbró la partitocracia como forma de vertebrar a la sociedad políticamente anómica de la dictadura. Mediante el turnismo bipartidista dio paso a treinta años de estabilidad, hasta que los males incubados en la misma, la política como profesión, el sectarismo, el clientelismo, la corrupción, un autonomismo sin límites federales, la falta de una clara división de poderes, eclosionaron en estos últimos cuatro años en los que no hemos podido disponer de un gobierno capaz de adaptar al país a las nuevas exigencias de la política mundial: la revolución tecnológica, la globalización, la crisis inmigratoria y las guerras comerciales.

Sánchez ha iniciado ya de forma explícita su campaña electoral poniendo al resto de líderes a caer de un burro. Iglesias es un dogmático; Casado carece de sentido del Estado; Rivera es un irresponsable. Casi todas las descalificaciones pueden ser reversibles. A ojos de sus adversarios, también de muchos ciudadanos, Sánchez sería un irresponsable haciendo crujir las cuadernas del sistema parlamentario al dinamitar un posible gobierno de coalición con Podemos; carecer de sentido del Estado al subordinarlo a las cotas de mayor poder que cree le van a proporcionar unas nuevas elecciones. Pero no es un dogmático, en efecto, pero tampoco podemos decir que sea un hombre coherente: dice en cada momento lo que cree que su público desea oír. Como el público responde al embate disruptivo de los acontecimientos al calor de las emociones y éstas no entienden de su larga longitud de onda, así también Sánchez cae en las angosturas de lo inmediato sin ofrecer ni la más mínima señal de la mirada a largo plazo del estadista. Nunca pactaría con el populismo; era su socio preferente; pactó con ellos en autonomías y municipios; el único obstáculo para un gobierno de coalición era Iglesias; echado éste a un lado para sorpresa de Sánchez, intentó y consiguió, con artimañas, vaciando de competencias la vicepresidencia y los ministerios que les ofreció, que Podemos entrara en barrena intentando negociar en plena investidura, facilitándole su objetivo de repetición electoral. De los otros protagonistas qué vamos a decir. Casado con su España Suma se coloca en la España Resta. Rivera pasa, viendo en las encuestas su armagedón político, de la "banda" de Sánchez y de su negativa a reunirse con él, del encastillamiento frente a sus críticos desertores, a amagar en el último segundo de la farsa con una propuesta de abstención condicionada y a solicitar que el capo de la "banda" le conceda una entrevista.

Bien, supongamos que Sánchez mejora sus expectativas, tiene quince, veinte diputados más, supongamos que Ciudadanos baja un poco, que Podemos se mantiene, que el PP crece, que Vox baja. El PSOE no va a conseguir la mayoría absoluta. Deberá pactar. ¿Cómo podría pactar con Podemos Sánchez, cuando no se ha recatado en afirmar que un gobierno de coalición con ellos es inviable?¿Como podría pactar Podemos un programa sin entrar en el gobierno, cómo podría justificar no haberlo hecho antes y haber evitado la repetición electoral? Será imposible, como ahora, un gobierno en solitario apoyado en 130 o 140 diputados. Pero será el momento de plantearse la única salida posible: un acuerdo con un debilitado Ciudadanos. ¿Cómo va a justificar Rivera gobernar o dejar gobernar al jefe de una "banda"?¿Y cómo lo va a justificar Sánchez, que ganó las primarias en el PSOE prometiendo gobernar con Podemos y los nacionalistas? La demagogia da resultados a corto plazo, después es funesta para el político que la usa y para el país. Posiblemente, con pequeñas variaciones, se van a repetir las mismas situaciones de bloqueo. Como es imposible pensar, ¡ahora!, en unas terceras elecciones, hay que hacerlo en un completo desprestigio institucional. Como escribí en otras ocasiones, los nuevos partidos no han venido a regenerar el sistema político, sino a conservarlo, incorporándose a él.

El pasado miércoles 'El País', acérrimo defensor del régimen, hacía una llamada a interponer una barrera infranqueable entre la crítica a los partidos y el parlamentarismo; defendía que el malestar ante la nueva convocatoria no debía imponerse al deber de votar. Habría que plantearse si no es la abstención el deber ciudadano de plantarse ante una clase política incompetente y ensimismada en sus cuitas de conservación de privilegios y poder. Estamos preparados psicológicamente para una crisis inesperada que arrumba gobiernos y crea nuevas realidades, pero no para una que se cocina a fuego lento y a la que, para nuestra desesperación, no se le ve el final que nos permita soñar con un nuevo comienzo. Es como si estuviéramos velando a un moribundo del que dependemos en estado comatoso, que nunca se acaba de morir, y que no nos permite iniciar el duelo y recomenzar nuestras vidas, ligándolas a nuevos retos y nuevas esperanzas.

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