Son provocadores. Algunos van embozados con pañuelos. Otros cubren la cabeza con pasamontañas. Los demás diluyen su identidad detrás de banderas. No son salteadores de caminos sino activistas políticos. Gritan "prensa española, manipuladora". Incluso lanzan alguna pedrada a los periodistas que informan desde el lugar de la noticia. Ocurre en la manifestación oficial de la Diada de Catalunya, en la de los cupaires o en la de los Comités de Defensa de la República (CDR).

Otros camorristas se instalan el 11 de septiembre cerca del monumento a Rafael Casanova en Barcelona. Desde la habitación de un hotel cercano, con un sistema de megafonía alquilado, hacen sonar el Himno de España mientras altos cargos de la Generalitat, encabezados por Joaquim Torra, entonan el Himno de Catalunya. Ellos, como los del Parlament, también pretenden dinamitar la coexistencia de símbolos y visiones distintas. Los boicoteadores se permiten incluso dar una lección de historia en el ABC. Reclaman que se celebre la victoria de Felipe V, rey francés impuesto por su abuelo Luis XIV, y no la derrota de los defensores de lo que hoy llamaríamos autonomías.

Ojalá nunca lleguemos a la situación narrada por el historiador griego Tucídides cuando describía la guerra de Corcira, la actual Corfú, en el año 427 antes de Cristo: "El irascible era siempre digno de confianza, pero quien se le opusiera era considerado sospechoso... Corresponder con la venganza era más deseable que evitar de antemano la ofensa".

Observo a los alborotadores del Parlament a través del televisor. Deduzco que son muy jóvenes, quizás estén en los últimos cursos de bachillerato. A lo sumo, cursan los primeros de una carrera universitaria. Me entra la duda de si defienden una idea sólidamente arraigada y reflexionada o se dejan arrastrar por la masa. Me inclino por lo segundo.

Me permito la frivolidad de imaginarlos en un futuro no muy lejano. Algunos, estoy seguro, serán periodistas. ¿Seguirán pensando que los informadores a pie de calle son manipuladores?, ¿considerarán normal y no condenable el lanzamiento de objetos? Otros serán abogados. ¿Apostarán por retorcer la ley para proclamar repúblicas que duran segundos?

En la concentración de simpatizantes de la CUP se reclama más "poder popular"y "asaltar aeropuertos y estaciones de tren". Apostaría doble contra sencillo a que alguno de los jóvenes acabará en Junts per Catalunya, el Pdecat o como diablos acabe llamándose el nacionalismo catalán de derechas de Carles Puigdemont o Artur Mas. Es posible que alguno de ellos ascienda en la estructura del partido y tenga responsabilidades sobre aviones o ferrocarriles. Los caminos de la vida pública han recorrido vericuetos más intrincados.

Un puñado de ellos acabará en el PSC-PSOE. Es más, los habrá que recalarán en el PP en Ciudadanos y, por difícil que parezca, no me sorprendería que alguno sea un defensor futuro de Vox. Nada nuevo bajo el sol. Durante la transición, antiguos militantes de Bandera Roja o el PTE acabaron en la Alianza Popular de Manuel Fraga. O el ejemplo de Pío Moa, de terrorista del GRAPO a defensor del franquismo a través de presuntos libros de historia.

A ningún joven se le puede privar de ser utópico y creer en lo imposible. El tiempo cura las enfermedades de juventud. Sin embargo, quienes los lanzan a la vanguardia del combate, los que se sitúan en la retaguardia ideológica, aquellos que pagan la habitación de un hotel de lujo o equipos de megafonía, harían bien en moderar los ímpetus verbales y físicos. No corramos el riesgo de que un Tucídides contemporáneo escriba 2.500 años después un texto parecido al del tercer párrafo.