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María Amengual

Entre las piernas

Las mujeres no tenemos ningún impedimento para estudiar carreras de ciencias por el hecho de ser féminas, dedicarnos a las letras no nos hace perder un ápice de dignidad

Les voy a confesar una cosa: probablemente, la única vez que hice chuletas en mi vida fue con los números atómicos de los elementos químicos. Me parecía un horror tener que asociar un número a cada uno de ellos para poder trabajar las fórmulas. Y sabérmelos de memoria, una inutilidad. Sin embargo, me llamaba la atención que el nombre científico del cobre sea Cu, porque su nombre viene del latín Cuprum. He hecho muchas cosas realmente absurdas en mi vida. Puede que la primera de ellas fuera elegir matemáticas en lugar de latín y hacer letras mixtas y no puras. La de veces que me habré arrepentido de no haber profundizado en el estudio de nuestra lengua 'madre'.

Convertirse en adulto implica tomar decisiones. A menudo, equivocadas. Arrepentirse, rectificar, empezar de nuevo. Les cuento todo esto porque nadie me puso una pistola en la cabeza para que estudiara dos carreras de letras. Incluso al contrario: alguna profesora y también mi madre consideraban que 'desperdiciaba' algo de talento en Historia del Arte. Porque no 'servía' de nada. Pero a mí me apasionaban los capiteles románicos, San Pedro del Vaticano, el Cristo de Velázquez o la Victoria de Samotracia. Hice lo que quise. Cuando me di cuenta de que enseñarlo a adolescentes -que eran sacos de hormonas con patas- no era lo mío, volví a la facultad. De periodismo. Y aquí estoy.

Ni con todas las matrículas gratis habrían conseguido que estudiara Química. Por una sencilla razón: no me gusta. Soy adulta, capaz de elegir, de cagarla y de responsabilizarme de todo eso. El Estado debería ocuparse de garantizar mi derecho a elegir, no de tratar de hacerlo por mí. Las mujeres no tenemos ningún impedimento para estudiar carreras de ciencias por el mero hecho de ser féminas. No somos más tontas, ni más listas. Dedicarnos a las letras no nos hace perder un ápice de dignidad, ni de oportunidades. Quienes de verdad necesitan matrículas gratis son los que no tienen ingresos suficientes para costearse una carrera, de letras o de ciencias. Sean hombres o mujeres. Eso era lo que se dedicaba a hacer la izquierda: intentar que la condición económica marcada por el nacimiento no supusiera un impedimento para el desarrollo de un proyecto vital.

Pero ahora lo progresista es pagarle la matrícula en ciencias a una mujer de apellido Ortega o Botín sólo porque elige mal. Isaiah Berlin definió la libertad negativa como la ausencia de coacción externa cuando un individuo desea realizar una acción. ¿Cuántos casos conocen de presiones a una mujer -por el simple hecho de serlo- para que estudie Psicología, Filología o Derecho en la España del siglo XXI? Mientras proponemos matrículas gratis, el presidente de la Audiencia Provincial de Baleares continúa quejándose amargamente de la falta de medios en la justicia y en los cuerpos policiales para luchar contra la violencia machista y dar la respuesta adecuada a las víctimas.

Gobernar -o pretender hacerlo- es priorizar. Como mujer adulta, libre y responsable, considero un insulto que se dediquen fondos públicos a incentivar una opción que no he elegido, amparándose en una suerte de ingeniería social. Tal vez haya que revisar los modelos que, como sociedad, ofrecemos a las niñas. Explicarles que, además de Marie Courie, otras muchas mujeres han triunfado en la ciencia. Pero convendría no confundir el feminismo con matrículas gratis. Como si fuéramos impedidas a quienes hay que ayudar para que estudien algo de provecho, simplemente por lo que tenemos entre las piernas.

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