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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Lluc ha de pedir perdón

La Abadía de Montserrat ha reconocido que un miembro de la congregación responsable de los scouts abusó de ellos, como "un depredador sexual y un pederasta". El comportamiento del monje ya fallecido dejó una "huella imborrable" en los menores, con "consecuencias emocionales y psicológicas". El sacerdote y portavoz de la institución pide "perdón, por el daño que dos monjes de nuestra comunidad han hecho a personas de fuera del monasterio". Aunque las víctimas consideran insuficiente la admisión de culpas, la dolorosa aceptación se corresponde con un país civilizado como Cataluña.

Comparen con el primitivismo mesetario en el abordaje en Mallorca de los abusos, condenados por sentencia eclesiástica, que el antiguo prior de Lluc cometió sobre un blauet al menos. Los responsables de los Misioneros de los Sagrados Corazones se creen muy valientes insultando al Obispado y a los denunciantes, y solo reproducen los peores vicios del hidalgo que reivindica su hombría caduca. En la ínfima proporción de un periodista, contribuí a canonizar a Antoni Vallespir como el Robin Hood de la noble cruzada contra Son Espases. No tenía por qué engañarnos, dañó a todos los vecinos y no cuela disfrazar su defensa de progresismo. Sus víctimas tienen derecho a reprocharnos que no mostramos un olfato excesivo en nuestra valoración.

El informe aceptado por la Abadía de Montserrat propone "un acto público de reconocimiento de los hechos y de petición de perdón a las víctimas". Lluc, como equivalente espiritual de la Iglesia mallorquina, debería someterse a idéntico ritual purificador. Una vez más, Cataluña muestra el camino de la reconciliación. Procede convocar a la grey menguante a un encuentro en que no solo se pidan disculpas por los abusos, sino también por la reacción castiza de misioneros que anteponen el honor calderoniano al evangélico.

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