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El lenguaje del abanico

Pareciera que en estos días, por lo menos si damos oído a ciertas voces, todo el asunto que rodea el denominado acoso masculino sobre el género femenino, se estructura en un cierto mal entendido, donde se confunden los mensajes de insinuación de unos y de otros, o de unas y de otras, que de todo hay, en busca de ese calorcito que las relaciones entre seres humanos, sean estos de la condición social que sea y de la inclinación sexual que tengan por conveniente, nos han proporcionado a todos los terrícolas desde la prehistoria. Tal parece que el asunto se litiga en los campos de la comprensión y en cuanto a cuáles son los mensajes que se emiten o como son estos supuestos mensajes recibidos. Vivimos una época llena de información, de una verdadera aldea global por lo menos en cuanto al chismorreo whattsapero y además con un sinfín de especialistas en lenguaje corporal que nos informan puntualmente de cuando éste o aquel político o artista, o famoso, duda de lo que dice, está inseguro o simplemente miente con descaro, pero al parecer hemos arribado al punto de imposibilidad de darnos cuenta de la simple insinuación que indica no somos bienvenidos en cualquiera de las actividades de la vida, incluidas las del galanteo amatorio. El otrora bastante gesto o la simple palabra más o menos dura pero amable y educada, indicativa de la opinión negativa de la aceptación del destinatario/a de nuestras atenciones yacen hoy en día de cuerpo presente.

La línea que separa el galanteo amable y vacuo de maldad, y hasta no huérfanos de cierta poética brillantez, que ha dado lugar a innumerables obras literarias, y la palabra soez y mal intencionada o la actitud prepotente, se ha desfigurado grandemente en nuestras vidas diarias. La existencia de acoso o falta de él se estructura al parecer más bien en cuanto a posiciones de poder, tal parece que el acoso casi no existe si el acosador no es rico ni famoso, un ejemplo de ello, hace unas fechas han tenido reflejo en la prensa dos casos de acoso en Cataluña, uno protagonizado por un taxista y otro llevado a cabo, manoseo mediante, por un casteller que además era Mosso de Escuadra. Les apuesto doble contra sencillo que ninguno de esos dos casos tendrán demasiada cabida en tertulias y páginas periodísticas y que en escasas fechas les cubrirá el manto del olvido. Habrá que convenir pues que también existe acoso sexual de diferentes niveles sociales que tiene diferente respuesta plebiscitaria.

A fuer de parecer el abuelo cebolleta, diré que en mis tiempos creo que ninguno de mis contemporáneos masculinos requirió que mujer alguna le dedicara de forma directa, en voz alta, el vocablo 'no' para saber que sus palabras o proposiciones discotequeras o festeras no eran bien recibidas por su destinataria, el látigo de la indiferencia era manifiesto más que suficiente. Quizá es que los hombres en aquellos días eran más receptivos a los mensajes de las mujeres o por ventura las féminas de aquellos años tenían mayor capacidad para hacerse entender. La verdad es que no estoy seguro, lo cierto es que lo que antes era un diálogo fluido con percepción suficiente ahora ha parecido en convertirse en sordera e incomprensión. Para el hombre medio, con alguna educación y con la adecuada cantidad en su mochila ética de respeto por los demás, poco esfuerzo es necesario para entender qué se pretende en una situación no querida, no requiere de grandes demostraciones de oposición para entender que su presencia en los alrededores de una dama no es aceptable. Al contrario, tengo para mí que el varón que no posee esas necesarias condiciones de convivencia no solo no tiene la capacidad para comprender el lenguaje denegatorio de ninguna mujer sino que además el 'no' más estridente no le aporta la menor información a su cerrada mente ni constituye, desafortunadamente, freno alguno a sus desafueros.

Las herramientas para frenar esas actitudes de cerrazón mental masculina, esos abusos de los hombres sobre las mujeres, sea éste del nivel que sea, solo social o radicalmente criminal, han existido siempre y existen también hoy en día: se llaman educación y respeto, sin ellas bien asentadas en nuestro carácter el lenguaje carece de validez.

En siglos anteriores, era bastante con que la dama en cuestión se abanicase con lentitud para demostrar su desinterés por el galán de turno, o era suficiente que cerrara su abanico de forma tajante para expresar un no igualmente tajante. Quizá todo el problema sea que en estos días nadie usa ya abanico, o que los valores de los tiempos del lenguaje de los abanicos están tan en desuso como el artilugio movilizador del aire.

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