Las televisiones anunciaban que el coñac X "es cosa de hombres" y este 'hombre' se permitía abofetear a la esposa que no le servía una copa. Su competencia paseaba a una mujer rubia sobre un caballo blanco para tentar a los mismos machos. Z tenía "eso" que no nos desvelaba, pero cuyo misterio debían comprender los bebedores. (Nota: este artículo no cita marcas por razones obvias). Las televisiones, los periódicos, las vallas y las radios estaban copados treinta años atrás por marcas que incitaban a convertirnos en alcohólicos más o menos anónimos.

Hace una década, las carrocerías de los coches de Fórmula 1 estaban tapizadas con marcas de tabaco. A nos trasladaba a un idílico oeste americano y B invitaba a dejarnos "llevar a la alegría". Cuando se prohibieron los anuncios directos, las tabaqueras comenzaron a comercializar ropa o perfumes con sus logotipos para sortear la ley. Los Estados tardaron años en reaccionar hasta el veto absoluto.

Sin embargo, la voracidad recaudadora de los gobiernos es tan inagotable que una nueva epidemia se cierne sobre la sociedad y, por supuesto, la respuesta llegará tarde y mal. Se trata de la promoción de la ludopatía. Lejos quedan los tiempos en que el juego se limitaba a la familia que rellenaba cada semana la quiniela con dos apuestas. O la compra de participaciones pequeñas del Gordo de Navidad que distribuían la cofradía del pueblo, el equipo juvenil o el bar de la esquina.

Hoy es posible apostar las 24 horas del día a casi todo. Al partido de tenis challenger a miles de kilómetros entre dos tenistas desconocidos. Al número de saques de esquina a favor del Mallorca en la decimosegunda jornada. Al resultado de un partido de juveniles en Singapur. Incluso a quién será el vencedor en un combate de sumo.

El póker en línea lo fomentan jugadores de fútbol como Gerard Piqué o Neymar. La publicidad de las casas de apuestas contrata rostros populares como Carlos Sobera o Jorge Javier Vázquez. La mayoría de equipos de Primera División tienen patrocinadores que fomentan la ludopatía. Antes y durante las transmisiones de los partidos en televisión y radio se suceden los anuncios, a veces encubiertos como pseudoinformación.

Es posible gastar el dinero desde el ordenador de casa o desde el móvil. Se accede desde el trabajo, el café o desde el estadio en el que se compite. Las casas de apuestas, avaladas por un gobierno de izquierdas, comienzan a proliferar incluso en pueblos mallorquines de población escasa.

El Estado no reaccionará hasta que la situación sea insostenible. Ya sucedió con el alcohol o el tabaco. Se sabe que los jóvenes, duchos en nuevas tecnologías, son los primeros apostadores, que el beneficio empresarial se acerca a los mil millones anuales con incrementos del 30% y que las clases bajas son las que más gastan (en un barrio del sur de Madrid conté diez locales en 150 metros). Una de las 300 medidas que Pedro Sánchez propone es "aprobar una regulación de la publicidad de los juegos de azar y apuestas en línea, de ámbito estatal y similar a la de los productos del tabaco", pero la formación de Gobierno en España se mueve en el mundo de la fantasía.

De momento hay que conformarse con iniciativas particulares como la de Amedeo Spadaro, profesor de Economía de la UIB y entrenador de fútbol juvenil, que ha logrado que se prohíba apostar en partidos disputados por menores de edad. Una gota de agua en el océano.