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Desaparecer

En la Odisea, la historia de los lotófagos se narra en apenas veinte versos del canto IX. Después de nueve días de fuertes vientos, el barco de Ulises llega a la tierra de los lotófagos. Los lotófagos son pacíficos y acogedores. En vez de atacar a los extraños recién desembarcados en sus costas, los reciben con los brazos abiertos y les dan de comer. Pero el dulce manjar que comen los lotófagos -la flor de loto- tiene la extraña cualidad de hacer que los hombres pierdan la memoria y olviden todas sus responsabilidades. Los marineros de Ulises que han probado la flor de loto se niegan a volver al barco y se olvidan de su sagrada misión -regresar a Ítaca, su patria-, porque prefieren retozar entre los felices lotófagos. Así que Ulises tiene que atar a esos marineros a los remos del barco y obligarles a volver a su patria en contra de su voluntad. Los marineros se resisten y lloran, pero Ulises ordena a los demás tripulantes (los que no han probado la flor de loto) que empiecen a remar a toda prisa para alejarse cuanto antes de ese extraño lugar, la tierra de los comedores de loto.

¿Qué flor era aquella que hacía que los seres humanos se olvidaran de todas sus obligaciones y que incluso les hacía perder el deseo de regresar a su amada patria? Durante siglos se ha especulado con la planta real que pudo inspirar a Homero. Algunos autores sostienen que era el loto sagrado -Nelumbo nucifera-, que es una flor que ha desempeñado un papel ritual en las culturas hindúes y budistas. El loto sería, por tanto, esa maravillosa droga del olvido. Pero ni las flores ni las semillas del loto tienen propiedades analgésicas o narcóticas, así que lo más probable es que los lotófagos fueran consumidores de la semilla de la amapola, es decir, del opio o adormidera (Papaver somniferum, el "cascall" de Mallorca), de modo que esos felices lotófagos serían los primeros consumidores de drogas -en este caso opiáceos- que han quedado registrados en la historia de la literatura.

Me he acordado de los lotófagos de la Odisea en estos días de circo mediático causado por la desaparición de la esquiadora Blanca Fernández Ochoa. ¿Qué hacer cuando alguien ya no resiste la angustia, la ansiedad, la depresión? ¿Qué hacer cuando las sustancias que nos permiten combatir la angustia -unas sustancias que apenas tienen sesenta o setenta años de vida- ya no tienen ningún efecto y ya no nos sirven para nada? Estos días, las televisiones y los periódicos se han puesto a escudriñar la vida de alguien que simplemente había perdido el deseo de vivir y que había decidido, a su manera, viajar hacia la tierra de los lotófagos. Sin respetar a la familia, sin respetar la intimidad de alguien que simplemente había querido desaparecer, docenas de programas de televisión y docenas de informaciones han metido las narices en la vida privada de esa persona y han empezado a airear cosas que no interesaban a nadie porque formaban parte de los secretos más íntimos de una persona. Incluso se ha llegado a publicar la foto del hijo de la esquiadora en el momento de enterarse de que se había encontrado el cuerpo de su madre. ¿Qué estaría pensando ese hijo, destrozado por el simple hecho de imaginar todo lo que su madre había vivido y sufrido en sus últimos días o tal vez en sus últimos años? Los antiguos sentían el impulso de apartarse de las personas que están sufriendo un dolor que supera todo lo que estamos acostumbrados a considerar humano, pero ahora ya ni siquiera somos capaces de dejar un momento a solas a esas personas que están sufriendo lo que ninguno de nosotros es capaz de imaginar ¿De qué cosas se estaría culpando el hijo sin tener culpa de nada? ¿De qué cosas que dijo cuando no debería haberlas dicho? Y al revés, ¿de qué cosas que no dijo cuando tal podría haberlas dicho, y al decírselas a su madre -en una comida o en un viaje o en un paseo- quizá podría haber logrado que ella cambiara de decisión en el último momento?

Supongo que alguien debería imaginarse todo esto, y por el simple hecho de imaginarlo, dejar a ese hijo en paz con su dolor y su desolación. Y por la misma razón, también podríamos haber imaginado todo lo que pasó la madre cuando tomó la decisión de hacer lo que hizo, y dejarla también en paz con su decisión (y con su angustia y su desamparo y su depresión). La flor de loto de la Odisea hacía que los seres humanos se olvidaran de sus responsabilidades y de sus angustias, hasta el punto de que olvidaran el sagrado deber de volver a su patria y hacerse cargo de su familia. ¿Es tan difícil entender que haya gente que no pueda resistir la llamada de esa flor del olvido?

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