Mallorca perdió el domingo pasado su quietud y alegría estival al recibir el impacto de un accidente aéreo en el que perdieron la vida siete personas, dos de ellas menores de edad. Una avioneta y un helicóptero impactaron entre si, en pleno vuelo, cerca del hospital de Inca, en una desgraciada coincidencia que causó la muerte de todos los tripulantes. Es el peor accidente aéreo que se recuerda en Mallorca.

Fue un cúmulo de fatalidades coincidentes. Es muy difícil que dos aparatos se encuentren en un mismo punto, a la misma hora y a la misma altura. Pero ocurrió de forma fatídica. Más inexplicable todavía cuando tanto quien estaba a los mandos de la avioneta, Juanjo Vidal, como el piloto del helicóptero, Cedric Leoni, eran dos expertos aviadores que, según sus allegados, se caracterizaban por su profesionalidad y precaución.

De lo que se conoce de la investigación emprendida por los técnicos de Aviación Civil se deduce que los especialistas se decantan por el error humano como principal causa del brutal impactoerror humano como principal causa del brutal impacto. También se ha podido esclarecer que el helicóptero intentó in extremis esquivar al ultraligero. Pero, ¿qué ocurrió en realidad?

Está claro que el asunto no se puede sellar con la resignación de conclusiones tan genéricas, por evidentes que sean, como el error humano y la fatalidad. Mucho más cuando, después del accidente, se han conocido una serie de circunstancias propias de este tipo de avionetas y semejantes que llevan a la preocupación y dejan a la intemperie de la buena o mala casualidad, la seguridad de tripulantes, pasajeros y de la población que sobrevuelan estos aparatos. El mismo accidente de Inca ocurrió en zona habitada y los destrozos del impacto cayeron cerca de vivendas causando incendios, en un día de tórrido verano, con lo que la desgracia hubiera podido ser todavía mucho mayor.

A la altura en la que vuelan ultraligeros y helicópteros no hay ningún tipo de control ni capacidad de comunicación técnica entre los aparatos. Todo queda sujeto al lenguaje de gestos, el temple, la profesionalidad y la pericia de los pilotos que no están exentos del fatal y recurrente fallo humano.

Llama la atención que en la isla en la que aterrizan y despegan de forma saturada aviones constantemente y lo hacen, como debe ser, con plenas garantías, los vuelos de ocio que planean bajo su altura lo hagan en cielo de nadie, sin control ni coordinación común. Que cinco de los ocho accidentes de ultraligeros acaecidos en Mallorca en la última década hayan salido del aeródromo de Binissalem deberían haber provocado algún tipo de reacción que no se ha producido.

La presidenta del Govern se personó en el lugar del accidente para solidarizarse con las víctimas y expresar el pésame a los allegados. Francina Armengol también anunció tres días de luto oficial. Son gestos institucionales y humanos adecuados. pero claramente insuficientes. Las cosas no pueden seguir igual después de la muerte de siete personas en las circunstancias expresadas antes. Al Govern le corresponde practicar y reivindicar una mayor exigencia de clarificación y regulación de los vuelos de baja altura. Y si hace falta, deben decretarse medidas cautelares preventivas para que el cielo de Mallorca deje de ser espacio abonado para el riesgo y lo que es peor, el accidente mortal.

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