Hace unos días que volví de Colombia, un país que nunca había despertado mi interés y que ahora lo tiene todo. He vuelto, pero mis ojos quedaron allí. Siguen viendo lo que vieron y lo que imaginan que podrían ver. No puedo explicar muy bien las razones por las que no había estado interesada en ese país tan hermoso y tan acogedor. Es objetivo que ha ocupado el ranquin de los países más peligrosos de América Latina en varios momentos del tiempo no muy lejano. Pero también es objetivo que he viajado a otros países como Líbano o algunas ciudades como Ciudad del Cabo, que también ocupan o han ocupado un lugar de deshonor en ese mismo ranquin y no me había puesto ningún reparo a visitarlos.

Los problemas y el dolor acumulado están ahí -puedes constatarlo cuando viajas por tu cuenta y te mezclas con la población-, los esfuerzos y dificultades de Colombia para salir de la violencia, la guerrilla, los secuestros, las desapariciones forzosas, los carteles y los negocios de la droga y de los grupos armados de uno y otro lado. La supuesta defensa armada, en guerrillas y grupos paramilitares, para proteger a los pobres y a los ricos. El descontento y preocupación de quienes nunca estuvieron de acuerdo con los Acuerdos de Paz de la Habana en 2016. Esos acuerdos de paz por los que el expresidente, Juan Manuel Santos, recibió el Nobel de la Paz, por haber firmado un acuerdo de paz con los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El descontento también de aquellos que denuncian desesperados las consecuencias de su incumplimiento. Los falsos positivos o ejecuciones extrajudiciales -el asesinato de civiles para presentarlos como guerrilleros muertos en combate para cobrar premios- y el asesinato de líderes sociales, mujeres y hombres defensores de derechos humanos, denunciado desde hace unos años por diferentes organizaciones colombianas. Por otra parte, Ivan Márquez, antiguo número dos de las FARC, ha anunciado en un vídeo estos días que vuelve a la lucha armada, según expresa, como respuesta a la traición del Estado al Acuerdo de Paz de la Habana. Mientras tanto, en España, las solicitudes de asilo y protección internacional de colombianos han aumentado de forma importante respecto a años anteriores.

Colombia, sin embargo, no parece hoy ese lugar tan peligroso del paisaje mental colectivo. Tampoco el "fiesta, fiesta" caribeño de los monográficos de la tele. En relación a la inseguridad, es cierto que hay que tomar ciertas precauciones, pero también ayuda la voluntad del ciudadano. Por ejemplo, ese ciudadano anónimo que silbó a un autobús para que nos llevara a la estación de metro más cercana cuando nos vio a José Carlos y a mí caminando despreocupados, a oscuras ya, por los alrededores de Comuna 13 en Medellín. O el taxista que nos recomendó que no volviéramos a dejar ni por un momento abandonado, ni siquiera en su taxi, el equipaje. O el camarero que me inspeccionó lo adecuado de la vestimenta, antes de salir a la calle, para estar seguro de que no iba "dando papaya" a los malosos. Y cómo no recordar al otorrino que me sugirió concentrarme en aquella memorable escena de la película, Lo que el viento se llevó, de Scarlett O'Hara y Clark Gable, cuando tuvo que hacerme la maniobra de reposicionamiento canalicular para ayudarme con el vértigo repentino que me llevó a visitarle en el hospital de Bocagrande en Cartagena de Indias.

En Colombia vives el Caribe en Cartagena y anticipas el paraíso en Tayrona y en el Valle del Cocora. Compruebas que, aunque Juan Valdez no exista, es una marca de café que bien merece una parada para apreciar su sabor en la misma tierra que lo produce. Colombia se recuperará, y lo hará por la voluntad de esas ciudadanas y ciudadanos con los que nos hemos cruzado, quienes ilustran sus valores, su fortaleza y resiliencia y el amor por su país. Volveremos a vernos.