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los barcos no dejan ver el mar

Odio ir a la playa en verano, pero los niños no tienen por qué ser víctimas de mis rarezas. Aunque la idea es salir pronto para evitar aglomeraciones, la realidad impone su ley. Logro aparcar relativamente cerca del mar, entre dos caravanas, tras dar varias vueltas interminables. La cala está a tope de hamacas y sombrillas, este año dominan las moradas 8M. Encuentro un hueco para plantar la mía con un innecesario giro de rosca y situar estratégicamente las toallas. A un lado unas adolescentes escuchan música latina mientras inmortalizan la jornada a golpe de selfie: "Tú le coqueteas / Tú eres buscabullas". Al otro dos parejas charlan alegremente en una lengua ininteligible para mí mientras se bajan un pack de Coronitas.

Tras analizar los tatuajes resuelvo que son serbios. En el agua el público se concentra en tres metros desde la orilla. Hay medusas. El que más se divierte es un señor que las caza con una redecilla fosforescente. En realidad hay muy pocas. Ya en la arena me acurruco en la sombra ovalada del parasol y me dispongo a leer Reacciones psicóticas y mierda de carburador, una selección de textos del legendario crítico de rock Lester Bangs. Me consuela pensar que ante mí hay un mar verde y azul inmenso que se extiende hasta la cuerda difusa del horizonte, pero tres líneas de barcos fondeados no me dejan verlo.

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