hay dos cosas que no soporto: la gente pedante que, tras decir algo obvio, se cree Alexander Fleming descubriendo la penicilina y los eufemismos que buscan romantizar la pobreza. Os juro que no puedo. Lo segundo no tiene fácil solución, con lo primero no sabría ni por dónde empezar. El otro día leí en el periódico que los millenials pasamos de la jubilación, eso para los carcas. Nosotros, los menores de 35, preferimos viajar, tener experiencias, multiprostituirnos por un salario mísero (o eso entendí yo entre líneas), mantener relaciones sexuales de riesgo, evitar apegos sentimentales y vivir al límite. Vamos, live fast and die young, porqué para live slow and die old no hay presupuesto. Propaganda disfrazada de sociología. Eso tampoco lo soporto, perdón por no mencionarlo.

En los últimos años, tras la sombra alargada de la crisis económica, se ha normalizado barnizar con conceptos cool la precariedad. Compartir piso porque con tu sueldo no te llega se llama Co-living. Compartir oficina porque tus ingresos como freelance no dan ni para pipas se llama Co-working. Que alguien no pueda siquiera comprar alimentos y se vea forzado a rebuscar en la basura, no es una tragedia colectiva, ahora se llama freeganism; gastronomía free porque de momento no te hacen pagar por llevarte la basura de otro, qué suerte la nuestra. Nesting es lo que toda la vida se ha conocido como: este fin de semana no salgo que no tengo un duro. Si vas a la piscina revisando el correo y tienes que terminar, con el culo lleno de arena, un informe en una cala masificada, enhorabuena, estás de trabacaciones. Es para echarse a llorar.

En el fondo, lo que esconde este laberinto lingüístico es ingeniería social. La ideología felicista, como diría el filósofo italiano Franco Berardi, confecciona conceptos que tratan de representar la explotación como una actividad liberadora. Su campo de acción es la mente ya que los gurús del pensamiento neoliberal han comprendido que lo importante no es lo que nos pasa sino cómo lo interpretamos. Si aceptamos utilizar frases como "amplia variedad de relaciones laborales no convencionales" a tener acceso a un gran abanico de trabajos basura, nos quedamos desnudos, desarmados. Por eso apropiarnos del lenguaje es tan importante.

La consultora Deloitte encuestó a 10.455 millennials, nacidos entre 1983 y 1994 de 36 países diferentes. Los resultados revelaron que el 43 por ciento de los millennials planea dejar sus empleos actuales en menos de dos años y solo el 28 por ciento tiene planes de quedarse más allá de los cinco. ¿Qué significa esto? ¿No aguantar más de dos años en el mismo puesto de trabajo es tener "aspiraciones de promoción social" o estar inmerso en una agónica inestabilidad laboral? Hay que poner los puntos sobre las íes. Esos datos están vacíos, es decir, al servicio de quien quiera rellenarlos, si no planteamos una interpretación alternativa de los mismos. Incluso la insistencia en categorización todas las generaciones, tan de moda hoy en día, es parte de la trampa lingüística. Tener el mismo nombre ayuda a construir identidades colectivas, compartir esfuerzos, empatizar. Hoy en día uno no sabe si es generación X, millenial, generación Z o todas y ninguna al mismo tiempo. Nombres distintos para diferencias nimias, eso nos despista. Así las cosas, creo que deberíamos defender una perspectiva que se aleje de Mr. Wonderfull y se asemeje más a la realidad, porqué si no lo hacemos nosotros, no lo hará nadie.

Decía Gilles Deleuze que la filosofía es el arte de fabricar conceptos. Pareciera que todo el mundo está intentando filosofar, y yo pensando que no servía para nada, menuda desilusión. Sin embargo, no creo que con lo dicho haya descubierto la penicilina del siglo XXI, todo lo argumentado resulta arduamente obvio, será que no puedo evitar actuar como la gente pedante.