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Juan Gaitán

Quemar el mundo

El mundo arde y lo miramos como si nos fuese ajeno, obviando que somos nosotros, y no el mundo, quienes ardemos

Es más que probable que buena parte de nuestra humanidad se la debamos al fuego, a su descubrimiento y dominio. La humanización comenzó en el momento en que aquel homínido, hace aproximadamente ochocientos mil años, aprendió a controlarlo, a sujetarlo, a domesticarlo. A hacerse su amigo.

Tan amigo se hizo el hombre del fuego que incluso le otorgó carácter y personalidad. Se advierte esto en las palabras, que nunca son inocentes. Usamos para hablar del fuego expresiones como "morir el fuego", "avivar el fuego" o directamente "fuego vivo", que no son metafóricas, que hemos de tomar al pie de la letra. Incluso los clásicos han hablado de este asunto. Plutarco nos dice que "no hay nada más semejante a un animal que el fuego".

Y tiene razón. Al fuego, como a las mascotas, le gusta la cercanía de la gente. Yo siempre he creído en el fuego como en un pariente próximo. Borges, en el "Otro poema de los dones", da gracias "por el fulgor del fuego,/ que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo", y se me vienen estos versos a la memoria cada vez que prendo la lumbre en casa, los días de invierno, y me quedo mirando las llamas y me doy cuenta de que un hogar es más hogar con un fuego encendido, como dice Rosalía de Castro en unos versos sobre una pobre mujer que, acercándose al fuego que ha encendido en su vieja y ruinosa casa, se contenta: "Miña casiña, meu lar/ cantas onciñas/ de ouro me vals" (Mi casita, mi hogar / cuántas oncitas / de oro me vales).

Y sin embargo, hemos decidido usarlo para acabar con nosotros mismos quemando el mundo. Arde la Amazonía a un ritmo récord, y han ardido también, entre otras muchas, Gran Canaria, y Estepona, que me duele tan de cerca.

Olvidando nuestra vieja amistad con el fuego, estamos empeñados en quemar el mundo. El mundo arde y lo miramos no con ese "asombro antiguo" de Borges, sino como si nos fuese ajeno, como si nada tuviera que ver con nosotros, obviando que somos nosotros, y no el mundo, quienes ardemos. Cuando no quede nada quedará el mundo, y se regenerará a sí mismo, y habrá otras formas de vida, pero la nuestra no estará aquí para verlo.

De momento, además del mundo hemos quemado otro verano. Agosto nos ha enseñado esos días que tiene a veces, que parece habérselos pedido prestados al otoño. Ya la luz es otra por las tardes, anoche mucho antes y las mañanas son bastante más cortas. Hasta los maniquíes, en los escaparates, se han cambiado ya de ropa y se les ven en las caras que, si pudieran, prenderían una candelita para calentarse y para mirarla asombrados.

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