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La niña ecologista y el príncipe millonario

Greta Thunberg cruza el Atlántico enrolada en el velero de Pierre Casiraghi, hijo de Carolina de Mónaco, para participar en la cumbre del clima de Nueva York

La joven ecologista y el príncipe millonario, juntos en un velero. Una niña que rechaza volar y un noble que sale a su rescate. La historia, con ingredientes de sobra para elaborar un manual de imagen o un tratado social, tiene mucha miga. Además de morbo.

El velero es un monocasco de 18 metros de eslora y 5,7 de manga impulsado por energía solar y turbinas subacuáticas, capaz de alcanzar una velocidad máxima de 40 nudos (unos 74 kilómetros por hora). Así es el Malizia II, la moderna embarcación de competición, de clase Imoca 60, en el que la sueca Greta Thunberg, de 16 años, surca el Atlántico para acudir a la Cumbre Climática de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que se celebra, a partir del 23 de septiembre, en Nueva York.

Hace ahora un año, Thunberg cobró notoriedad por su participación en una serie de protestas estudiantiles contra el calentamiento climático que se desarrollaron a las puertas del parlamento sueco. La historia de la adolescente, diagnosticada con el síndrome de Asperger y TDAH, y cuya implicación contra el cambio climático había llegado al punto de convertir a toda su familia al veganismo, cautivó a la sociedad europea. Convertida ya en una figura global, impulsó el movimiento “Juventud por el clima” y, ya en diciembre, tuvo la ocasión de hablar ante los participantes en la Conferencia del Cambio Climático de Katowice, organizada por Naciones Unidas.

Thunberg mostró su interés por participar en la próxima cumbre del clima, pese a su rechazo a viajar en avión: la joven activista es una adepta del “flygskam”, término sueco que alude a la “vergüenza de volar”, por lo contaminante que resulta viajar en aeronaves. Fue en esta tesitura que entró en juego el príncipe al rescate a bordo del Malizia II, un velero que podía garantizar cruzar el Atlántico sin producir emisiones de carbono.

El velero, que está capitaneado por Boris Herrmann, es propiedad de la familia real de Mónaco. De hecho, Pierre Casiraghi, el tercer hijo de Carolina de Mónaco y el malogrado Stéfano Casiraghi (que falleció ahogado en 1990, cuando sufrió un accidente en medio de una competición de off-shore), es el fundador del Team Malizia, con el que participa en carreras de velocidad por todo el globo, y forma parte de la tripulación que lleva a Thunberg y a su padre, Svante, en su viaje hacia Nueva York.

El velero partió de Plymouth (Inglaterra) el pasado miércoles, 14 de agosto. Las primeras previsiones apuntaban a que el Malizia II tardaría unos doce días en completar el viaje, navegando a una velocidad máxima de 14 nudos (unos 26 kilómetros por hora), para no hacer el trayecto excesivamente exigente para los Thunberg, no habituados a la competición. El navío, en todo caso, viaja incluso a velocidades más contenidas: a punto de alcanzar las Azores, la velocidad media es de unos seis nudos (once kilómetros por hora). En todo caso, Greta Thunberg no tiene prisa: con llegar a Nueva York para el equinoccio de otoño, ese 23 de septiembre en el que comienza la cumbre del clima, y sin producir emisión alguna de CO2, la joven habrá cumplido su objetivo.

El Príncipe y la ecologista, con el papá a bordo, ya están en mitad del Atlántico. La historia tiene muy desconcertados a una gran parte de los militantes “verdes”, que entienden este emparejamiento como una aristocrática “operación de blanqueo”. Descolocados los tiene la niña. Menos les choca la travesía a condes, vizcondes, marqueses y demás realeza monegasca, que pese a su alta alcurnia nunca ven mal eso de conectarse de vez en cuando con el pueblo. ¿Qué habrá pasado estos días? Pronto lo sabremos. Una navegación tan interclasista, pura y descarbonizada da para un novelón que alguien acabará por contar.

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