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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Trump y Salvini: ¿sadismo en el poder?

Define la Academia de la Lengua el sadismo como "la crueldad que produce placer a la persona que la inflige". Es una definición que podría perfectamente aplicarse a algunos políticos hoy en el poder.

Ignoro si al presidente de EEUU, Donald Trump, o al hombre fuerte del Gobierno italiano, Matteo Salvini, les produce exactamente placer la crueldad que ambos ejercen desde el Gobierno, pero sí al menos la más cruda indiferencia.

Trump se ha destacado, desde que lleva en la Casa Blanca, por humillar y castigar siempre a los más débiles, sobre todo a los de piel oscura, mientras se preocupa de halagar cobardemente a dictadores y poderosos sin que en ese caso le preocupe el color de su piel.

Su empeño en levantar un muro en un país que fue siempre, desde su fundación, de fronteras abiertas para detener la invasión de los criminales y bárbaros del Sur es reflejo de su mentalidad profundamente racista.

No le ha importado nada al político republicano aplicar un castigo colectivo con sus sanciones a pueblos enteros o encerrar a familias como animales o a separar a los hijos de sus padres con el argumento de que entre esos inmigrantes ilegales podían esconderse violadores, narcotraficantes y otros de su ralea.

La ignominia de quien presume de patriota ha llegado al extremo de reclamar a otro Estado, Israel, que no permitiese la entrada en su territorio a dos congresistas demócratas a las que acusó de "odiar a Israel y a los judíos" por sus críticas a la política de aquel Gobierno.

Ni a Trump ni a muchos legisladores de EEUU, por cierto, parece importarles para nada la flagrante vulneración de los derechos humanos del pueblo palestino, denunciada repetidamente por la ONU, por parte de un Estado que presume además de ser la única democracia de Oriente Medio.

Lo único que les irrita a esos políticos republicanos es que legisladoras como las dos en cuestión, ambas musulmanas, hubiesen apoyado la campaña internacional de boicot a Israel por una política que ya muchos comparan al apartheid surafricano.

¿Y qué decir de ese otro sádico al que tenemos más cerca, el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, a quien tampoco parece importar para nada el que miles de inmigrantes se sigan ahogando cada año en el Mediterráneo?

Su decisión de cerrar a cal y canto a los barcos de las ONG dedicadas al rescate de esas personas, su negativa a dejar desembarcar a quienes llevan semanas a bordo de uno de ellos pese a la sentencia de un tribunal italiano sólo hablan de la falta de humanidad del personaje.

Un político, Salvini, que antes de extender su Lega Nord desde la parte septentrional a toda Italia, se dedicó a insultar a los italianos del Sur, equiparándolos a parásitos, y que equiparó a Nápoles con "una alcantarilla infestada de ratas, que hay que eliminar como sea".

¿No hizo lo mismo, al otro lado del Atlántico, Donald Trump al insultar a un legislador demócrata negro de Baltimore y hablar de esa ciudad de la costa Este, de mayoría afroamericana, como un lugar "asqueroso, infestado de ratas y otros roedores"?

Por cierto que algunos vecinos de esa ciudad no tardaron en denunciar el hecho de que entre los edificios infestados de ratas había algunos pertenecientes a los negocios inmobiliarios de la familia de Jared Kushner, yerno y asesor de Trump.

Y si Salvini declaró en cierta ocasión que Italia necesitaba "reglas y disciplina", pero ha demostrado que las únicas reglas que le interesan son las que él impone, Trump está haciendo lo mismo en la Casa Blanca. La división de poderes parece molestarlos por igual.

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