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Reflexiones de domingo

Aviso para navegantes: detesto que desde posiciones de poder se pueda hacer un uso abusivo y/o coactivo de la propia condición para obtener cualquier tipo de ventaja y, especialmente, de las de naturaleza sexual. Pero aún detesto más los atajos empleados por algunos para obtener otros fines perversos haciendo escarnio público de una persona sin más aval que su palabra. Aclarado esto, resulta que nueve mujeres acusan a Plácido Domingo de haberlas acosado sexualmente. ¿Hace unos días? No. A principios de los años 80 y en años posteriores. ¿Ante un tribunal de justicia? No. Se lo contaron a la agencia Associated Press. ¿Sabemos la identidad de esas nueve mujeres? No. Sólo la de una, que al parecer es Patricia Wulf (una mezzosoprano); las otras exigieron el anonimato. ¿Han aportado alguna prueba de los hechos? No. Solo aluden a una actitud calificada como un "secreto a voces" en el mundo de la ópera. ¿Y cuáles son los hechos? Pues, según nos cuentan que dicen, a una de ellas el tenor le metió la mano por debajo de la falda y otras tres aseguran que las besó a la fuerza en lugares como un camerino, una habitación de hotel y una comida de negocios. Ya, pero ¿el camerino de qué teatro o auditorio?, ¿la habitación de qué hotel?, ¿la comida de negocios de qué restaurante?, ¿en qué país sucedió?, ¿en qué fecha tuvo lugar?, ¿no había más comensales que pudieran corroborarlo?, ¿por qué tardó casi cuarenta años (o treinta, o veinte?) en "denunciar" la afectada?, ¿y por qué lo hizo ante una agencia de noticias y no ante un órgano judicial considerando que los hechos son de tanta gravedad?

También parece que otro grupo de seis mujeres (igualmente anónimas) relatan que el Sr. Domingo les hizo "proposiciones incómodas" tales como pedir insistentemente a una cantante salir con ella después de haberla contratado para una serie de conciertos en los años noventa. Además, según cuentan los medios, otras tres docenas de profesionales han contado a la agencia que fueron testigos del "comportamiento sexual inapropiado" de Domingo y de que perseguía a mujeres jóvenes impunemente. ¡Vaya con los 36 testigos! En vez de haber dado parte de los hechos a quien correspondiera, miraron hacia otro lado en vez de ayudar a las presuntas víctimas y décadas más tarde corren raudos a despellejar al cantante (eso sí, sin identificarse).

Todo ello se adereza con afirmaciones acerca de las repercusiones en sus carreras de las negativas a aceptar las proposiciones del tenor o de la necesidad de hacerlo ante su inmenso poder en el mundo de la ópera ("Estaba totalmente intimidada y sentía que decirle que no a él sería decirle que no a Dios. ¿Cómo le dices no a Dios?"). Por supuesto, algunas instituciones (Asociación de Orquestas de Filadelfia, Ópera de San Francisco), norteamericanas todas, ya han cancelado conciertos previstos y otras anuncian investigaciones sobre el comportamiento del señalado, como es el caso de la Ópera de Los Ángeles, cuyo director general es precisamente el propio Domingo.

Puede resultar comprensible que los ciudadanos duden acerca de si es verdad o no lo afirmado por una amplia muestra de artistas que han trabajado o coincidido con Plácido Domingo frente a la solitaria defensa de este sobre sí mismo (aunque ya se le han sumado Ainhoa Arteta y Paloma San Basilio, amigas del cantante). También lo es que se saquen conclusiones a partir de las palabras de descargo emitidas por éste cuando dice reconocer que "las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado". Tampoco hay que olvidar el hecho de que es en los Estados Unidos donde surge toda esta polémica, país bien conocido por sus estándares de moralidad ?y de hipocresía? y la escasa interacción de la gente, que aborrece tocarse, muy distinto del hábito español de besar a cualquier desconocido o desconocida a las primeras de cambio. Y, si queremos más ingredientes, el haber dejado de financiar a la Iglesia de la Cienciología en la que militaron sus hijos y otros familiares ?alguno aún lo hace?, se abre paso la sospecha de que esta organización (considerada una secta en muchos países) esté en el origen de todo este entramado a modo de venganza nada sutil? En definitiva, que cada uno ya se ha hecho su composición de lugar y habrá calificado al personaje como un dios o un demonio.

Pero queda la cuestión principal, sean o no ciertas las declaraciones: no se le da posibilidad alguna de defenderse de unas acusaciones que han sido vertidas por personas anónimas (con la excepción de la señora Wulf), avaladas por testigos desconocidos, sobre hechos genéricos e indeterminados en cuanto al qué, al cuando, al dónde y al cómo. Sin aportación de algo que merezca ser calificado como "prueba" y acontecido teóricamente en escenarios temporales remotos y, por tanto, a los que no se puede acceder en busca de "pruebas de descargo". Además, se invierte la carga de la prueba porque se da por descontado que todo eso es cierto (ya que lo afirma un nutrido grupo de mujeres con la coartada del oscuro movimiento #me too) y es el vilipendiado el que ha de demostrar su inocencia probando que no pasó lo que dicen que pasó (probatio diabolica). Así que, aunque no haya pruebas que demuestren la existencia del diablo, tampoco se puede probar que el diablo no exista?

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