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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Peligro en la costa

Es un hecho que nuestra economía depende en un 80% de la actividad turística. También lo es que esta actividad está concentrada casi en su totalidad en una estrecha franja de costa que discurre desde el puerto de Andratx hasta el de Pollença pasando por el cono sur de la isla. Es decir, nuestro bienestar depende en buena medida de la seguridad de la costa. Antes de que el turismo nos abocara (no sé si había otra alternativa, creo que no), al vive hoy porque el mañana no existe, la costa era tenida como un lugar no deseado. Cuando en ella se vivía, la vida se hacía mirando al interior. Porque del mar podía venir el peligro. En unos casos eran los corsarios berberiscos, en otros, eran los fenómenos marinos, los llamados maremotos o tsunamis. Todo cambió en el siglo XX con el turismo, y las tierras menos valoradas de la costa desplazaron a las más fértiles del interior en su valor económico. Hoy ya no llegan corsarios; a lo más inmigrantes a bordo de frágiles pateras que a las pocas horas son detenidos por la Guardia Civil. Pero casi todo nuestro litoral sigue expuesto como antes a los tsunamis. Con la diferencia de que ahora gran parte de la población se concentra en él.

Todos tenemos en mente los terribles tsunamis de Indonesia y Japón, pero en absoluto el riesgo de que sucedan en el Mediterráneo. Hay en nuestro mar dos zonas de riesgo, en el centro y este, que abarca desde Sicilia al Egeo y el oeste, norte de Marruecos y Argelia, por donde pasa la placa tectónica del norte de África. Según los especialistas hasta el 10% de todos los tsunamis tienen lugar en el Mediterráneo, con una media de uno de grandes dimensiones cada siglo. La frecuencia establecida para los que puedan afectar a España es una media de uno cada mil años, siendo el mar de Alborán el emplazamiento más probable. Los más conocidos fueron el del año 363 DC tras un terremoto estimado de entre 8 y 8,5 grados de la escala de Richter, que destruyó ciudades en Grecia, Italia y Egipto, con 5.000 muertos sólo en Alejandría; el de Creta de 1303 que devastó Heraclión y Alejandría; y el de 1908 que dejó miles de muertos en Messina, con olas de hasta 10 metros. En el norte de Argelia se producen pequeños terremotos de forma continua aunque la mayoría no son detectados. Algunos pueden llegar a producir olas de 1,5 metros, como el de 2003, de grado 7, que a los 41 minutos arribó a nuestras costas produciendo daños de distinta consideración en Sant Antoni, Santa Eulàlia, port de Maó, Cala d'Or, Porto Cristo y Porto Petro. Pero hay que tener en cuenta que las medias son cálculos matemáticos que se establecen teniendo en cuenta largos períodos geológicos, y no existe, por tanto, ninguna garantía de estar a salvo de un tsunami generado por un terremoto de grado superior al 8 en el norte de Argelia, que, en menos de una hora arrasaría nuestra costa. Los daños, en vidas humanas, en edificaciones, en puertos, en nuestra economía, podrían ser enormes. Es muy dudoso que el sistema de alerta del Instituto Geográfico Nacional que se transmitiría a través de la dirección general de Protección Civil y Emergencias pudiera ser eficaz, porque no hay un protocolo establecido para la población. Parecería necesario el establecimiento de un sistema de alerta propio de las islas que, si bien no protegería edificaciones privadas ni infraestructuras públicas, ni evitaría el colapso de buena parte de nuestra economía, sí podría salvar muchas vidas.

Escribir sobre estas cuestiones puede suponer ser acusado de alarmismo debido a la escasa frecuencia de estas catástrofes naturales. Lo asumo, pero no por ello va uno a silenciar lo que desde el punto de vista de la ciencia puede suceder, lo imprevisible pero probable, más pronto o más tarde. Si a estas alturas la conformación urbanística de Mallorca es la que es, irreversible, y es también evidente la necesidad de contener el aumento poblacional, por pocas que puedan ser unas nuevas urbanizaciones, deberían situarse a una muy prudente distancia de la costa. Y si el daño físico y económico es algo imposible de evitar, al menos que se establezca un servicio de alerta que pueda poner a salvo a miles de personas. Antes, cerca de la costa vivía poca gente, los más humildes, ya se sabe, humedad, mosquitos, malaria. Se desecaron marismas, se urbanizaron, ahora, los más pudientes los han desplazado. Un caso emblemático es el Molinar. El Molinar está casi al nivel del mar, protegido por el malecón, convertido en el espléndido paseo que disfruta toda Palma. Periódicamente ha sufrido inundaciones debido a temporales y mareas altas. Pero el malecón no le puede proteger de un tsunami con olas superiores a los tres metros. A mí me sorprenden las cantidades que dicen que se han llegado a pagar por edificaciones casi en ruinas, de superficie de solar de apenas 100 m2, se habla de hasta un millón de euros. Compradores, claro, del norte de Europa. ¿Han pensado en algún momento en el riesgo personal y patrimonial que corren al vivir en el barrio mas "cool" de Palma? ¿Qué porcentaje de la inversión cubren las aseguradoras? Fíjense en los más pudientes, escogieron para vivir las alturas de Son Vida, entre ellos Escarrer, lejos del mar, de su negocio. Simón Pedro Barceló, arriesgó más, a unas alturas de Son Creuet. Uno, que es de la sufrida clase media, ha vivido siempre a una cierta altura, Canamunt, Son Alegre, y desde hace una veintena de años, un poco más arriba de La Vileta, donde veraneaba la familia paterna, en Son Roqueta. Desde la terraza diviso el mar con unos prismáticos.

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