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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Diagnóstico adecuado

De niños todo es blanco o negro, bueno o malo. Nos hacemos mayores y también crecen los matices. Hay quienes gobiernan usando las mismas tácticas del patio del colegio: o conmigo o contra mí

El hijo de una amiga era incapaz de memorizar los ríos, los poemas o las capitales. Atendía poco y se despistaba mucho. A mi amiga le sugirieron llevarle a clases de refuerzo y ser más dura con él. Tras años de peleas y frustraciones, al niño le seguía costando ubicar Londres o Berlín. Finalmente, una tutora avispada sugirió una valoración para detectarle una posible dislexia, y bingo. A partir de ahí, se acabaron los dolores de cabeza. Mi amiga asumió que el niño necesitaba un poco de apoyo y suspiró aliviada al descartar que su chaval fuera un irresponsable. Ante un problema, un diagnóstico adecuado abre un camino de esperanza y lo contrario te sume en una espiral de descontento. Si mi amiga hubiera conocido a la súper tutora antes, el chico se habría ahorrado alguna colleja y la madre muchos dolores de cabeza (y dinero).

En el ámbito político, los diagnósticos erróneos tienen efectos perversos. Hace unas semanas, un chaval de 21 años entró en un supermercado en El Paso con un fusil de asalto y tiroteó a la multitud con el objetivo de matar al máximo número de personas latinas. Fueron 22. Donald Trump sentenció que el asesino tiene enfermedad mental. Su táctica es ofrecer soluciones simplonas a problemas complejos, como es la regulación de las armas de fuego, y si puede ser fomentando el odio y el estigma, mejor. Los líderes de Gran Bretaña e Italia también creen que la inmigración o estar en la Unión Europea son los culpables de todos los males. Y lo incomprensible es que muchos les creen. Los mandamases populistas populacheros son buenos oliendo las inseguridades y el descontento, usan un lenguaje ramplón y emocional para describirlos y sus respuestas son auténticas bombas de relojería. Todo pasa por la aversión al diferente. Excluir y dominar a través del miedo.

De pequeños la vida se recoge en una lista. En un lado, lo bueno. En el otro, lo malo. Aquí, los mejores amigos. Allí, el resto. Nuestros deseos están recogidos en la carta para los Reyes Magos. Y poco más. Que las cosas sean blanco o negro da seguridad. Nos hacemos mayores y aparece ese lugar donde coexisten los grises, los matices, los "sí, pero no" y los "no, pero sí". Vamos, la vida misma, con sus incertidumbres y complejidades. Y aquí estamos: invirtiendo el sueldo de 16 años en la compra de una vivienda, sufriendo precariedad e inestabilidad laboral o frustrando a los jóvenes incapaces de emanciparse. Sabemos que no tendremos pensiones, pero nos aterra admitirlo; hay mujeres que desean ser madres, pero ven imposible compatibilizar la maternidad con el trabajo; muchas personas (más de las que imaginamos) envejecen sin dignidad, hay ayudas que jamás llegan y políticos corruptos. Ante este panorama complejo son necesarios diagnósticos y soluciones elaboradas. Personas capaces de diseñar una hoja de ruta que nos lleve a buen puerto y que estén a la altura de las circunstancias. Como la tutora que detectó la dislexia del hijo de mi amiga. Pero no, andamos instalados en el "uno por el otro y la casa sin barrer" y, mientras, algunos simplones quieren volver a las listas de la infancia. A las que apelan a que los buenos son ellos, sus soluciones las mejores y para el resto, un par de collejas.

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