Diario de Mallorca

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Agosto fue, en tiempos, el mes en que se cerraba todo, la familia se metía el coche y el país entero huía en busca de otro sitio en el que fingir que las cosas cambian por treinta días „tres meses, si eras colegial„ sólo porque en Madrid quedaba sitio de sobras para aparcar mientras la temperatura, de noche en particular, derretía el asfalto. Quienes se quedaban en la capital insistían en que es el mejor momento para hacerlo. Angelitos.

Pero este agosto no es así. Los partidos dicen que están de vacaciones aunque uno de ellos, que es el que tiene la clave del eterno retorno tras el paréntesis veraniego, anda ya de campaña electoral mientras los demás se lo echan en cara porque en teoría en este mes no hay que hacer nada. Salvo investir a la nueva presidenta de Madrid para, a continuación, buscar un juez que la impute y se la pueda cesar. Desde que los políticos abdicaron de hacer su trabajo, y confían en que sean los jueces quienes les echen una mano, estamos en un agosto permanente con lo que las vacaciones quedan tergiversadas en espera de que, a la vuelta a casa, nos pongamos todos en campaña. Pero tampoco las campañas electorales son como antes porque con eso de que ahora se han vuelto crónicas hay que inventar algo para no aburrir (más aún) al personal. El último invento se llama relato. En vez de mentir con promesas imposibles de mantener, de lo que se trata es de crear un universo político-literario que sea creíble (que te lo compren, como se dice ahora). El relato fue la clave del último debate de no-investidura desde antes de que comenzase y después de terminar. El objetivo es convencer al eventual votante de que el malo es el otro, guion que ya no da ni para una novela negra decente. Pero ya se sabe que, hablando de literatura, el libro del verano, igual que la canción del verano, tira al pensamiento débil y como tampoco es cosa de invertir demasiados esfuerzos en las naderías sirve cualquier apaño.

La campaña electoral veraniega, o el relato de agosto, como se quiera, tiene como lectores deseables a los simpatizantes de la causa porque, aunque cada vez quede más claro que nadie quiere elecciones pero va a haberlas, el problema consiste en animar al ciudadano a que acuda a las urnas en vez de mandar a hacer gárgaras al candidato permanente. Nadie sabe si se conseguirá tal cosa y menos aún después de un agosto anómalo en el que al cambio climático se le añade la incertidumbre convertida en programa electoral. Justo antes de irnos de vacaciones se nos explicó que los mayores sospechosos del crimen son, en el relato, los socios naturales de los que cabe desconfiar de entrada y de salida. Antes, cuando el culpable era siempre el mayordomo, todo era más sencillo pero ahora que el servicio doméstico ha desaparecido hay que inventar algo. Dura tarea para quienes ni siquiera son capaces de discurrir lo más simple: una razón que nos explique por qué hay que seguir votando.

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